sábado, 17 de julio de 2021

(In)tendencias* en la literatura latinoamericana contemporánea


            En el modelo clásico de la comunicación, aparece una línea directa entre esa persona que habla o escribe y esa otra persona que escucha o que lee. Pero, sinceramente, sólo hay un acto comunicativo humano que más o menos se asemeja a lo que propone ese modelo: la conversación cara a cara. Porque en todos los demás, cualquier otro que se piense, hay una serie de intermediaciones y de intermediarios que algunas veces disminuyen la fuerza de la comunicación, otras veces distorsionan el mensaje, alterando parcial o completamente su sentido, muchas veces impiden que el mensaje llegue a su destinatario, entre muchas otras situaciones.

            La peor de dichas situaciones se da cuando, en los medios (audiovisuales o impresos), personas a menudo ajenas al emisor y al receptor (que así se llaman los que hablan) deciden lo que aquel va a decir o escribir y lo que este otro va a escuchar o a leer. A ese acto de intervención en la comunicación, en el proceso de la escritura y lectura de libros, lo llaman con una linda palabra: edición. Y al que se mete en medio de la comunicación se lo llama editor.

A menudo se ha querido hacer ver que la edición de libros es un proceso de difusión, un proceso hasta cierto punto filantrópico. Cuando en realidad no es ni lo uno ni lo otro: es un proceso de ocultación movido por intereses nada humanitarios sino monetarios. En efecto, cuando se decide publicar un libro, cuando una editorial decide publicar un libro, implícitamente está decidiendo no publicar muchos otros. En este sentido, el proceso de edición de libros se parece al proceso de edición audiovisual, que consiste en hacer un troceado, escogiendo sólo determinados fragmentos de vídeo y audio que formarán parte del montaje, dejando de lado otros que ya nunca veremos.

Las razones para escoger un fragmento de video y no otro son diversas; para seleccionar un libro y no otro, también. Lo que se piensa se va a vender más y lo que cuadra con la idea que se tiene de la clase de libros que se quieren publicar, son las razones más frecuentes; pero ambas se resumen en el término línea editorial. Ya la misma palabra nos hace sentir que hay una cierta estrechez de conceptos: es una línea, no una superficie, mucho menos un volumen.

A esto debemos sumarle algo más, otras decisiones que nos afectan: la decisión de distribuir y la decisión de vender. Digo sumar pero más bien debería decir restar, porque aquí nuevamente entran en funcionamiento las tomas de decisión acerca de lo que para el distribuidor o el librero resulta más rentable, en desmedro de lo que el escritor quiere decir y el lector quiere leer. En consecuencia, este último termina haciendo que se cumpla, infaliblemente, la máxima de Erich Fromm, según la cual “el hombre moderno vive con la ilusión de que sabe lo que quiere mientras que en realidad quiere lo que está previsto que quiera”, ya que el lector se limita a seleccionar de lo que encuentra.

Todo esto viene a cuento por el tema del que queremos hablar hoy. Comencemos, pues, a desmadejar la madeja por el otro extremo. Hablemos de las tendencias en la literatura latinoamericana, la que se escribe y la que se lee, que es lo mismo decir aquello que se publica y se distribuye y se vende, porque limitados como estamos a comprar los libros que llegan, no sabemos mucho de los que se publican y no llegan y, menos aún, de los que no se publican. Porque entonces el factor mercado termina condicionando el factor escritura, porque los autores comienzan a escribir lo que presumen se va a publicar, y no ocurre lo que yo (acaso románticamente) pienso que ocurría en los tiempos de Flaubert.

Basta darse un paseo por cualquiera de las grandes cadenas de librerías para darse cuenta que unas tres o cinco editoriales tienen copado el mercado de la literatura de creación, en el sentido estricto del término. Digo esto porque no quiero ocuparme de libros técnicos, tratados, literatura de autoayuda o infantil. Hablo de los géneros clásicos. Y de éstos, es necesario aclarar que un porcentaje que roza el 90%, se trata de novelas, cuando nos referimos a títulos recientes y autores contemporáneos. Y el otro 10% es ensayo o reportajes, o biografías, es decir, prosa de no ficción.

Así que hoy día, fuera de los esfuerzos de las editoriales del Estado y de algunas heroicas editoriales alternativas, no se publica mucha poesía, y cuento menos aún. Hay que irse a otra parte si uno quiere leer algo que no sea novela. Porque lo que publican Alfaguara, Norma, Tusquets, Anagrama, es predominantemente novela. Ya esto es algo para caer en sospechas, acerca de si se publican muchas novelas de autores contemporáneos porque es lo que ellos escriben o si es viceversa. Yo pienso más bien que lo último, como he venido insinuando.

El asunto tampoco sería para rasgarse las vestiduras sólo por eso, porque desde el siglo XIX parece que la novela se convirtió en el género más socorrido en virtud de versatilidad, ductilidad o maleabilidad; aunque el ensayo no le va a la zaga en esto (razón por la cual es el segundo género, estadísticamente hablando). El asunto se torna más preocupante cuando empezamos a revisar las novelas que las editoriales antes mencionadas publican.

Voy a hacer nuevamente la salvedad: estoy hablando de los autores contemporáneos y de novelas publicadas por primera vez en las dos o acaso tres últimas décadas. De un tiempo a la fecha, el predominio de lo histórico y lo policial (género en el cual incluyo también los llamados thrillers) es lo primero que resalta en estas obras. En segundo lugar, la temática amorosa, de pareja y la recuperación de la memoria familiar. Recientemente, aparecen con cada vez mayor frecuencia historias que tienen por personajes principales a escritores (algunos de la vida real) y por tema el proceso de escritura.

El predominio de las grandes editoriales y de los temas que ellas imponen es tal que en la última convocatoria del Premio de Novela “Rómulo Gallegos” no sólo se impuso una novela policial publicada por Anagrama (Blanco nocturno, de Ricardo Piglia), sino que de las restantes finalistas, solamente dos no fueron publicadas por alguno de estos sellos; y asimismo, prácticamente todas se ciñen a los temas ya expuestos: Cadáver Exquisito, de Norberto José Olivar (literatura sobre la literatura); Lengua madre, de María Teresa Andruetto (la recuperación de la memoria familiar); La pieza del fondo, de Eugenia Almeida (relación con el o con los otros); Lisboa. Un melodrama, de Leopoldo Brizuela (histórica); La orfandad, de Sylvia Iparraguirre (amorosa); El viajero del siglo, de Andrés Neuman (histórico-ficcional). Todo es silencio, de Manuel Rivas (a medias novela de iniciación a medias policial); Tres ataúdes blancos, de Antonio Ungar (thriller político-policial); las excepciones en cuanto a tema y editorial fueron Impuesto a la carne, de Diamela Eltit; y La piel del miedo, de Javier Vásconez.

En la lista anterior destaco, pero no por buenas razones, El viajero del siglo, de Andrés Neuman, novela que obtuvo el premio Alfaguara en 2010. Se trata de una obra escrita por un latinoamericano, ambientada en la Alemania del siglo XIX y escrita a la usanza de los novelistas del siglo XIX. Una obra en la que está totalmente ausente lo latinoamericano. Y así hay muchas otras con las que podríamos pensar en una suerte de globalización literaria, o lo que es lo mismo decir, una literatura que pudo haber sido por cualquiera en cualquier parte. Sobre este particular debo añadir un dato más. Muchas de estas obras editadas a principios del siglo XXI no hablan de su tiempo, sino que se van a otras épocas. Quizás esta va a ser el tiempo en el que se publicaron más novelas que no hablaron de su propio tiempo.

No quiero sonar tan drástico ni caer en excesivas generalizaciones, pero lamentablemente, cuando entro a esas grandes librerías, me siento con pocas alternativas para escoger, cuando de literatura contemporánea se trata; a pesar de la gran diversidad de títulos y autores, pero debido a la poca diversidad de géneros y temas. Volviendo al tema de inicio, y ya para cerrar mi intervención, el asunto es que nos encontramos muy condicionados al arbitrio de las grandes editoriales y lo que comercializan las grandes librerías.

Como decía, existen alternativas, por lo menos en Venezuela, para leer autores venezolanos que escapan a esa dictadura del mercado. Desafortunadamente eso no alcanza a los autores de la región. Faltan mecanismos de divulgación, ya sean editoriales o distirbuidoras para leer a otros latinoamericanos. Así, pues, lo que leemos aquí a menudo ha sido filtrado por las grandes catalanas. Suena paradójico, pero para leer a un autor colombiano tengo que esperar que su libro sea aprobado y publicado en España. Seguimos en la colonia.

Rafael Victorino Muñoz

Twitter: @rvictorino27

*Entre otras acepciones, el término intendencia tiene el sentido de instancia de control y administración; en este caso aplica o coincide, ya que las grandes editoriales se han convertido en los árbitros del gusto literario, administrando y controlando, más bien, monopolizando, lo que se publica y debe leerse.

jueves, 11 de febrero de 2021

Los libros de mi vida (esto no es un catálogo)

No por carecer de oficio precisamente, sino más bien por una extraña curiosidad (o manía), me dio por averiguar cuántos libros he leído realmente. Haciendo una autoindagación, primero ayudado de la memoria, luego con canones y catálogos y, por último, con mi propia biblioteca, pude establecer una cifra aproximada. Lo bueno fue que pude recordar las tres cuartas partes de la lista, autores y títulos, sin mayor ayuda. Digo que es bueno por el asunto de la edad y la pérdida de la memoria (si es que eso llegó a preocuparme en algún momento). La siguiente dificultad fue establecer lo que se considera realmente un libro. Lo digo porque en nuestras bibliotecas abundan compilaciones, en las que aparecen varias obras reunidas en un volumen. Me fui por el criterio más sencillo: llamo libro a cualquier obra que haya sido publicada, originalmente o en algún momento, en un volumen aparte (aun cuando yo la haya leído como parte de otro). Para terminar de decir el resultado del estudio, libros más, libros menos, sobrepasé la cifra de 1.200 (no he contado aún las relecturas). En realidad pensé que habían sido más; sin embargo, estuve por encima de los 1001 libros que dicen que debemos leer antes de morir. Claro, los que yo leí no son los mismos que ellos recomiendan; coincidimos en algunos casos. Lo interesante de la indagación son los hallazgos inesperados, que a continuación menciono: - Comencé a leer seriamente un poco tarde; así que estimo que mi vida útil de lector ha sido como de 35 años. Eso me da una media de 35 libros por año; un libro cada diez días. - El idioma en el que leo es español; más de la mitad (exactamente 675) de los libros que leí fueron escritos originalmente en esta lengua. - El segundo idioma es el inglés: 217; luego le sigue el francés, con 103; alemán, 59; italiano, 50; ruso, 25. - En cuanto a la nacionalidad de los escritores, el primer país en la lista es el mío propio: Venezuela, más de la cuarta parte, es decir, 308. - A esta lista siguen: Estados Unidos, 124; Francia, 101; Argentina, 80 (unos cuantos entre Borges y Cortázar); Inglaterra o Reino Unido (como sea que sea), 64; Italia, 50 (muchos de Calvino); Perú, 35 (la mitad son de Vargas Llosa); México, 34; Colombia, 30 (mitad de García Márquez); Rusia, 29; Uruguay, 25.(Las discrepancias idioma-país se debe a los escritores de una nacionalidad que escriben en otra lengua o viceversa.) - Por continente, América le gana a Europa en mi lista; de hecho, solo Latinoamérica tiene más que el viejo continente: 378 europeos versus 568 de nuestra región. - En relación con géneros, gana la novela, por amplio margen: 475; luego sigue el ensayo con 265 y el cuento: 218. Como se ve, prefiero la narrativa. Poesía con 129 representa el 10% de mis lecturas. También hay, en menor medida, teatro (24), crónica (24) y biografía (23). - Poco en portugués, poco de África o Asia. Debo suplir esas carencias. Todavía me falta contar algunas cosas, como las relecturas (no he hecho tantas) y los subgéneros (fantástico, policial, novela histórica, etc.). Pero lo principal lo he averiguado. Espero, antes de que termine mi tiempo, duplicar la cifra. En algún momento publicaré la lista. Supongo que no faltará el criticón que exclame “¿y no has leído a...?”, pero ignoraré a esa gentuza que siempre vive y habla por la envidia. Por ahora, lo que me interesa más es la lista de libros por leer (ya la estoy organizando). Rafael Victorino Muñoz

jueves, 5 de noviembre de 2020

TELMO ROMERO. CHARLATÁN HONORARIO

Existen muchos criterios para tratar de de conferir importancia a un autor o a una obra, me refiero a criterios que muchas veces están más allá o más acá del texto o que son algunas veces ajenos al mismo. La edición de las obras completas, el hacerse acreedor de un premio, la abundante bibliografía directa o indirecta, haber sido fundador de un género. Harold Bloom quería que la manera de determinar dicha importancia viniera dada por la influencia que genera. Por supuesto, para medir dicha influencia se tiene que usar un sistema de su invención. Además del solaz que encuentre en la obra, yo tengo un criterio adicional para saber cuán importante es un libro: el hecho de ser prohibido, quemado o destruido públicamente. Hay períodos particularmente dados a estas prácticas, incluso a las tres juntas, razón por la cual han existido inclusive instituciones y funcionarios encargados de tal misión. Asimismo, la historia conoce de grandes quemas colectivas, donde muchos autores acaso irreconciliables se reúnen calurosamente. De allí que yo considere a Telmo Romero como el escritor más importante de la historia de la literatura venezolana, puesto que es, hasta donde tengo noticia, es uno de los pocos casos de un libro quemado públicamente en nuestro territorio . Y es una circunstancia doblemente particular, puesto que la quema no fue ordenada por un gobernante o por un Estado, por lo general los principales autores de estas prácticas; El bien general, según cuenta la leyenda, fue incinerado por un grupo de personas que no ostentaban cargo público. La nota que Caballero dedica a Telmo Romero en el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar dice, sintéticamente, que nuestro incinerado nació probablemente en San Antonio, estado Táchira, hacia 1846. No tuvo otro oficio conocido, excepto el de brujo yerbatero; se convierte en “un personaje nacional reconocido” cuando salva de “una grave y al parecer incurable enfermedad” al hijo del para entonces presidente Crespo. El bien general se convierte en un best seller y el autor se hace cargo de la dirección del Hospital de Lázaros de Caracas y del Manicomio Nacional de Los Teques. Romero recibe un dudoso doctorado en medicina en Estados Unidos. Hasta aquí todo va bien y en sentido ascendente. Pero, dice Caballero: Llega a correr el rumor de que Telmo Romero va a ser nombrado rector de la Universidad Central de Venezuela; los estudiantes, para contrariar a Crespo y a través de él, a Guzmán Blanco, organizan entonces un auto de fe y echan a las llamas los ejemplares de El bien general, al pie de la estatua de José María Vargas en el patio de la Universidad. La gloria de Telmo Romero termina con la presidencia de Crespo, en 1886. Despojado de sus cargos, muere de tuberculosis al año siguiente. Dicen que en política, mejor que tener amigos importantes, es tener personas importantes que se consideren nuestros enemigos; lo cual nos da a nosotros cierto prestigio. Hacerse odiar por el público es una buena forma de llegar a la fama. En literatura, mejor que ser leído, admirado, mejor aún que haber logrado unas buenas páginas, es ser detestado hasta el punto de que públicamente seamos quemados. Se atribuye comúnmente a Dalí aquella frase según la cual el momento más glorioso en la vida de un pintor no es cuando le compran un cuadro sino cuando roban una obra suya. Se me ha ocurrido pensar que un escritor es importante cuando uno de sus textos es censurado o quemado. Hasta donde sé, el de Romero es uno de los pocos casos de quema pública de un libro en Venezuela, lo cual lo hace un escritor cuya obra merece una mayor atención. (Tomado del libro "Compás mayor de la literatura Venezolana", de Rafael Victorino Muñoz, publicado por Ed. El perro y la Rana, Caracas, 2012.)

sábado, 28 de abril de 2018

De cómo fue que se murió el cadáver

En Venezuela ha habido, sucesivamente, cuatro reformas educativas con respecto a la enseñanza de la lengua y la literatura, desde que yo nací, entré en uso de razón, pasé por la escuela y luego por la universidad, donde estudié una carrera que tiene que ver precisamente con este asunto. De estas reformas no me voy a referir a la última, por ser muy reciente aún para comprender sus alcances. Las otras fueron, en orden cronológico: el Programa de Diversificado fundamentado en el Decreto 1.052, promulgado en 1972; el Normativo de Educación Básica (de 1987, fundamentado en la Ley Orgánica de Educación de 1980) y el Currículum Básico Nacional (CBN) de 1996.
Estas reformas fueron parciales, hechas a medias y no concluidas en su momento, ni en ningún otro. Explico: cuando se decreta el Currículum Básico Nacional de 1996, se establecen claros objetivos para la primera y segunda etapas (hasta sexto grado), dejando como tarea pendiente (que nunca llegó a concretarse) la tercera etapa; de igual modo, el Normativo de Educación Básico dejó como tarea pendiente el Diversificado. De modo que, cuanto más se avanzaba en el nivel educativo, más viejo era el currículum correspondiente, más desactualizado o menos vigente. De igual manera, se puede decir que estudiábamos hasta sexto grado con un modelo o idea de lo que se quería, con otro entre séptimo y noveno (o entre primero y tercer años, como lo llamamos en mi tiempo) y con uno completamente distinto en bachillerato.
Para la primera y segunda etapas está todo muy claramente formulado en el CBN: objetivos, competencias, indicadores, contenidos conceptuales, procedimentales, actitudinales. Para tercera etapa, se estaba un paso más atrás, de acuerdo con lo dicho en el párrafo anterior, ya que el programa de Castellano y Literatura de tercera no fue sometido a reforma en 1996, por lo que se siguió utilizando el anterior, es decir, el correspondiente al Normativo de Educación Básica (1987). Pero, en lo que respecta al bachillerato:
...si bien existía un Programa de Castellano y Literatura (primer año, 1972; segundo año, 1973), es de destacar que como no llegó a consolidarse un Normativo de Diversificado (...) este programa de Castellano quedó como en una suerte de limbo y fue bastante desestimado, hasta el punto tal de que se llegó incluso a pensar que no tenía ninguna vigencia.
Por lo general se trabajó con lo planteado por algunos libros de texto, como el de Peña Hurtado y Yépez (1995) y el de Peña Hurtado (1991), que se asumía prefiguraban el programa ausente. Es de destacar que, según Resolución 311 del 11 de junio de 1979 (Gaceta Oficial de la República de Venezuela), se autoriza a ambas obras como libros de texto (Castillo, 2007: 76)1
Así que como segundo hecho curioso constato que, en materia de políticas educativas con respecto a la enseñanza de literatura en diversificado, se delegó en un ente privado la decisión de qué enseñar, cómo enseñar y cuáles serían los autores estudiados. Dicho de otro modo, y aquí llego al centro inefable de mi relato, los celebérrimos libros de Peña Hurtado (originalmente editados en los ´80) se erigieron, por omisión, en el canon de la literatura que se aprende en la escuela. Y lo que es peor aún, ya que muchas personas que pasan por el bachillerato no vuelven a tener jamás contacto con la literatura, la idea que adquirieron y aún conservan de la misma es la de Peña Hurtado, que con todas sus buenas intenciones (si las hubiere), sólo es una más. De tal idea, con respecto al qué y al cómo, es que quiero hablar.
Esto es el para qué se lee o lo que se espera que alguien logre cuando lee, según Peña Hurtado:
  1. Enriquecer su vocabulario a través de un texto literario
  2. utilizar correctamente fuentes de información para aumentar sus conocimientos literarios
  3. mostrar habilidad para aplicar técnicas en la interpretación y análisis de los textos literarios
  4. identificar ideas, temas, formas expresivas, recursos literarios y características de las obras literarias
  5. resumir, elaborar síntesis y redactar conclusiones precisas acerca de temas estudiados
  6. demostrar el progreso de su buen gusto literario al interesarse por las buenas lecturas
  7. relacionar el fenómeno literario con los hechos de carácter histórico, social, económico y político
  8. emitir juicios comparativos en torno a épocas, movimientos literarios, temas y autores diferentes, estudiados en el año escolar
Risas aparte, después de leer el punto 6, cuando se escriba acerca de las diferencias entre la lectura en el mundo real (es decir, lo que hacemos de verdad las personas cuando, en la intimidad de nuestras vidas, decidimos emprender la lectura de un texto) y el sistema de usos escolares, tendrán que dedicarle un capítulo completo a Peña Hurtado. Salvo alguna que otra excepción, los objetivos que nos proponemos al leer alguna novela, difieren tanto de los citados, que no me extraña que las personas comunes no encuentren ninguna utilidad a la lectura de obras literarias en su vida cotidiana.
No digo que no ocurran, de hecho, lo mencionado en los puntos 1, 7 y 8, también son parte de las cosas que pasan cuando leemos. Pero no son el fin en sí. Es algo así como lo que sucede cuando salimos a caminar con la intención de comprar unos zapatos, pero en el camino nos comemos un dulce o nos encontramos con un amigo al que teníamos tiempo sin ver. Ninguna de ésas eran las razones por las que decidimos emprender el camino. Y ninguna de las arriba mencionadas es la razón por la cual decido comenzar a leer un libro, cuando lo escojo de entre los muchos de mi biblioteca o de una librería.
En concordancia con lo anterior, lo que el estudiante debe hacer para lograr los objetivos, difiere también de lo que hacemos cuando leemos en nuestra intimidad. Básicamente, buena parte de las actividades se refiere a lo superestructural del texto: se lee un poema épico pero sólo para reconocer las características del poema épico; se lee un poema neoclásico para saber lo que es el neoclasicismo; no importa el libro que leemos sino el género al que pertenece. Por ejemplo, esto se observa cuando se recomienda hacer un análisis de la poesía de Andrés Bello, a partir precisamente de las características del neoclasicismo hispanoamericano; es decir, el lector requiere de un marco de prescripciones o de apoyos (muletas, diría yo) para entrar en el texto; una serie de intermediarios que hacen que se pierda de vista la verdadera lectura, que no se sabe cuándo y cómo tendrá lugar.
Me recuerda un poco aquello que decía Gabriel Zaid sobre los manuales para aprender a andar en bicicleta:
Siguen detalladas instrucciones para el pie izquierdo y para el derecho. Para "evitar irritaciones (prostatitis)"... Lo que no viene es cómo seguir tan largas instrucciones: si han de aprenderse de memoria, o ser leídas en voz alta por un amigo que lleve el pesadísimo volumen al galope, él a pie y uno en bicicleta, o si de ha de ponerse un atril en la misma para ir leyendo...
Lo que sucede, volviendo al Peña Hurtado, es que tanto la lectura como las actividades sugeridas en el texto van encaminadas al logro del objetivo propuesto, de lo cual se infiere que la obra literaria tiene un papel secundario aquí; lo que prevalece es el objetivo. Si queda alguna duda, él mismo lo dice:
Los textos literarios que los alumnos deben leer... han sido seleccionados de acuerdo a las sugerencias que nos hace el programa y a las facilidades que los mismos nos ofrecen en relación con el logro del objetivo propuesto. Se sugiere que (las lecturas complementarias) sean utilizadas para reforzar la conducta que se persigue en el objetivo si este aún no ha sido logrado a cabalidad...
Por otra parte, Peña Hurtado, como ya dijimos, estipula la selección de los textos que debe leer el estudiante, tiene su canon. El Programa de Castellano y Literatura de Ciclo Diversificado (1972), con el cual quiere estar de acuerdo el autor, explica que para seleccionar las obras "se utiliza la técnica de muestreo de corrientes muy representativas. Metodológicamente no podrá aspirarse a ir más allá de muestras de muestras". Entonces, tiene un canon basado en otro preexistente, pero reducido a una escala menor; un micro canon.
Hay muchas cosas abominables en la utilización del libro único, y durante mucho tiempo y para muchos docentes y estudiantes, el de Peña Hurtado lo es y lo ha sido. Los que dan clases de literatura se han ahorrado la tarea de averiguar qué había que mandar a leer: para eso está la lista oficial, me refiero de modo particular a los docentes que no leen nada nuevo y que se contentan con repetir año a año la misma planificación y los mismos libros (todos sabemos que existen, así como sus excepciones).
Yo no critico las obras que están allí, ya que algunas son buenas, las he leído y disfrutado, y hasta conocí obras y autores de los cuales no sabía en ese momento, como Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato. No las critico ni voy a salir a decir que en lugar de ésas deberían ser aquella o la otra, ya que estaría cayendo en el mismo error de instaurarme en faro del mundo en cuanto a la literatura venezolana o latinoamericana se refiere. Lo que critico es el no ir más allá de ese limitado conjunto de obras y de esos fines; ir más allá, en este caso, significa leer para otra cosa que no sea cumplir un objetivo escolar.
Claro, podríamos disculpar a Peña Hurtado diciendo que no es suya la responsabilidad de lo que haga o deje de hacer el docente en la escuela. Pero, es él quien dice, casi decreta, que esto es lo que debe leerse: "esto es lo sugerido, esto va de acuerdo con el programa (lo otro no)". Por si alguien quiere dudar de su palabra, en el anverso de la portada interna se ha reproducido el texto de una Gaceta Oficial, de fecha 7 de mayo de 1980, según la cual:
Por disposición del ciudadano Presidente de la República, visto el dictamen de los organismos técnicos del Despacho de conformidad con lo dispuesto en el artículo 63 del Reglamento General de la Ley de Educación... se autoriza la obra titulada "Lengua y Literatura" cuyo autor es Raúl Peña H., como Libro de Texto para alumnos del 2° año del Ciclo Diversificado.

Claro, hay otros libros que no son los Peña Hurtado, pero más o menos siguen el mismo esquema, en cuanto a objetivos, contenidos, autores. Son pocos los que han intentado alejarse de esta línea de pensamiento, que ya se me antoja hegemónica, pensamiento único. Y el asunto es que muchos docentes simplemente lo que quieren es hacer bien su trabajo (de acuerdo con la idea que de esto se tiene en el programa); no se atreven a ir más allá del canon, ni enseñan a otros a hacerlo, desvirtuando la esencia y lo verdaderamente valioso de leer una obra literaria. En fin.