Oscar Fingall O'Flahertie Wills, mejor conocido como Oscar Wilde, fue
hijo de un médico y una escritora y vivió una infancia apacible en su natal
Dublín. Posteriormente, a partir de 1874, cursa estudios en Oxford; allí recibió
un reconocido premio de poesía, lo cual nos da a entender que ya para entonces
había comenzado a escribir. Así, publica en periódicos y revistas sus primeros
poemas. Además, desarrolla una gran actividad como conferencista en varios
países (Estados Unidos, Inglaterra y Francia), exponiendo sus teorías acerca de
la estética.
En 1884 contrajo matrimonio; de esta unión tuvo dos hijos. Entre 1887 y
1889 editó una revista dirigida al segmento femenino, y en 1888 publicó su libro
de cuentos El príncipe feliz. A éste
le siguen, El crimen de lord Arthur
Saville y otros relatos, Una casa de
granadas, entre otros. En 1891 recoge en un solo volumen su novela, El retrato de Dorian Gray, que anteriormente
sólo había sido publicada en entregas. Wilde tuvo gran reconocimiento, tanto
con sus cuentos y novela como con sus dramas, entre los que cabe mencionar Salomé y La importancia de llamarse Ernesto.
Además de su fama como escritor, también fue toda una celebridad por su
personalidad excéntrica, pero no por ello falto de elegancia. Se le considera,
si no el creador por lo menos el precursor de un movimiento: el dandismo. De hecho, cuando se habla de Wilde muchas veces se le define como eso, como
un dandi: hombre que se distingue por su extremada elegancia y por sus
costumbres y vestimenta refinadas; y de igual modo, cuando se habla del
dandismo, el primer nombre que se menciona es el suyo, ya que le consideraba el
árbitro de la moda, del vestir y del bueno gusto en su tiempo. Era, pues, un auténtico divo, que de vivir hoy día
estaría permanentemente en la mira de los paparazzi.
Pero en 1895 el marqués de Queensberry (el padre de de lord Alfred
Douglas, quien fuera amante de Wilde desde 1891), le acusó públicamente de homosexual.
Wilde fue condenado a dos años de prisión. Estando allí escribe la Balada de
la cárcel de Reading. Cuando culminó su encarcelamiento, y en medio del
desprecio de los suyos (hasta sus hijos repudiaron de él), cambió de nombre (se
hizo llamar Sebastian Melmoth) y se fue a París, ciudad en la que murió, en el
año de 1900, en medio de una mala situación económica, que deterioró mucho su
salud, aunada también a la bebida, a la que se aficionó mucho en sus últimos
años. Poco antes de morir se había convertido al catolicismo. De manera
póstuma, en 1905, se publicó su carta a lord Douglas, bajo el título de De profundis.
El presente volumen recoge todos los cuentos, incluyendo por supuesto los más conocidos y recordados de Wilde. Entre ellos destacan “El
príncipe feliz”, “El gigante egoísta”, “El cumpleaños de la infanta”, “El
ruiseñor y la rosa”, “El famoso cohete”; y aunque algunos se considera que
fueron escritos para niños, la calidad de tales textos, que pueden ser leídos
por personas de cualquier edad, es lo que permite ubicar a Oscar Wilde en un
sitial especial en la historia de la literatura de todos los tiempos y todos
los géneros. Su estilo y lenguaje, si bien son ricos y ornamentados, propios de
un esteticista como Wilde, no por eso impiden, en modo alguno, que los textos
sean sencillos y fáciles de comprender aun para el lector común.
Y aun cuando el autor fue un ferviente partidario del arte por el arte,
es decir, se mostraba escéptico o contrario a la creencia de que la literatura
tuviera que ligarse con la política o asuntos similares, incluso escribió una
serie de ensayos al respecto (Intenciones,
1891), que le convirtieron en uno de los máximos representantes de lo que se ha
dado en llamar esteticismo, no por ello debe pensarse que su obra es ajena a
toda preocupación social. Al contrario, se considera que en buena medida el éxito
de Wilde se basa en la aguda ironía que expone en sus obras, ironía que casi
siempre estuvo dedicada a criticar las hipocresías de sociedad, de su tiempo y
de sus contemporáneos.
Esto se puede observar en varios de los relatos mencionados
anteriormente, como El príncipe feliz o
en El cumpleaños de la infanta, en
los que se ponen de relieve los rasgos que Wilde atribuye a la clase burguesa o
a la nobleza: desprecio por los problemas e inquietudes de las personas
desposeídas; sobrevaloración de lo pragmático y lo superficial, dejando en
segundo plano los sentimientos y otros valores; visión utilitaria de las
personas de baja condición (sirvientes, empleados), cuya vida es menos valorada
que el servicio o trabajo que realicen.
Así que sin querer, o queriéndolo, Wilde terminó siendo, pues, un crítico
de su tiempo, que no sólo escribía para decir lindas mentiras disfrazadas que
gustaran a los niños. Ya que debajo de cada línea suya, de cada ironía, aguda y
mordaz, se esconde la visión de una persona que acaso imaginó un mundo menos
injusto.
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