Sin
embargo, por primera vez puedo decir que coincido plenamente con una de esas
pseudo reseñas, en este caso con un extracto de una publicación del diario El país, que aparece citado en la nota de
contraportada, donde se presenta a Esplendor
de Portugal como una obra en la que el autor ensancha los límites del
género de la novela. Y si bien no es una total reinvención del género, sí por
lo menos puedo decir que en cada libro Lobo Antunes se reinventa a sí mismo.
Narrada
a cuatro voces, o desde cuatro miradas, Esplendor
de Portugal es tanto la visión del colonizador europeo sobre el territorio
africano ocupado (en este caso Angola) como la visión de ese europeo hacia su
madre patria, de la cual está desarraigado, quedando como en una suerte de
limbo: no es europeo, se siente y se sabe despreciado por el europeo (el
completamente europeo) ni es africano, ya que desprecia al local y no quiere
verlo más que como lo que piensa que es: un ser escasamente superior a un
animal de labranza.
Tres
hijos y una madre son las voces que se alternan en deshilvanar o hilvanar el
hilo de la historia; una familia completamente disfuncional y atípica: un padre
alcohólico, una hija ninfómana, un hijo bastardo y mestizo, un hijo epiléptico
y acaso algo retardado. Pienso que a veces en la literatura, proceder de esta
manera, es decir, tomando prestadas las voces de personajes que no son lo más
conspicuo de una sociedad, sino quizás la escoria, los marginales, los
execrados, produce un efecto más interesante, ya que es una mirada ni complaciente,
ni conformista. Es una mirada alterna, oblicua, más irreverente, despojada de
eufemismos o de posturas políticamente correctas.
Lo
que más gusta de Lobo Antunes es eso, que sus personajes no tienen doble moral,
en el sentido de que son como son sin tapujos, aunque lo que digan pueda sonar
a todas luces ofensivo para alguien. Por ejemplo, a menudo la madre despotrica
de los esclavos negros, quienes tienen la mala costumbre de enfermarse o de
morir. Para ella no son más que instrumentos, cosas, un poco más que animales
pero menos que personas. No muestra conmiseración ni se disculpa por pensar como
piensa, ya que en la visión de mundo donde se ha formado, eso no está mal.
Y
no es porque yo esté de acuerdo con ese discurso o esa forma de ver la vida,
sino porque la literatura debe ser auténtica en algún sentido, por lo menos en
éste. Y escamotear esa clase de afirmaciones o de visiones, que pueden
resultar, como decía, algo o bastante chocantes, equivaldría a edulcorar la
historia hasta convertir a la literatura en un cuento de hadas. Pero también,
excederse y presentar todo en términos de una total sordidez y corrupción,
también puede producir un efecto similar de irrealidad. Claro que Lobo Antunes
tampoco peca de eso, sino que se mantiene en equilibrio sobre ambos lados,
produciendo una prosa con extraño, inquietante y atrayente lirismo sórdido,
valga el oxímoron.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox
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