Y yo que creí haber adquirido cierta madurez, creí que me sucedería lo mismo que con la relectura de Ulisses. Todo lo contrario: ahora, en esta relectura de la Comedia, ni siquiera encontré gusto en el canto del Infierno, que tanto estimuló mi romántica imaginación de adolescente. Y, como siempre, he leído sin dejar de pensar qué es lo que me incomoda de este libro. Creo que son cuatro cosas, fundamentalmente:
- Un libro que, implícitamente, trata de convencerme de algo (que compre Coca-cola, que sea feliz, que no me preocupe, que deje de fumar, de beber, de fornicar, de pecar) me resulta tan tedioso como la televisión, además de que carece de los atractivos (por ejemplo las modelos) y las ventajas de ésta (por ejemplo lo breve de los mensajes).
- En segundo lugar, el amor infinito de Dante por Beatriz (así como el de Petrarca por Laura) parece una pose, una pose que se puede considerar hasta un ardid publicitario para la época.
- Por último, y como corolario de lo anterior, yo también veo en la lectura una forma de felicidad, como decía Montaigne. Un texto que requiere cuatro formas de interpretación (literal, alegórica, moral, anagógica) demanda un esfuerzo que convierte en ingrata o infausta la tarea de leerlo. Y, pues, a mí Dante no me procura ningún solaz. Quizás a otros sí, o al menos eso declaran.
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