La discusión en torno a la
violencia parece más difícil de acabar que la violencia misma. Existe tan
grande diversidad de opiniones encontradas que no se avizora, en un corto
plazo, un consenso en torno a la solución de dicho problema. Muy a menudo se escuchan
afirmaciones del tipo “en otros tiempos no era así”, “se están perdiendo los
valores”, “la culpa la tiene el gobierno, los padres, la escuela…”
Sin ánimos de disculpar a nadie, consideramos que quienes
así se expresan manifiestan un profundo desconocimiento de la historia: la
violencia ha sido la gran acompañante del hombre a lo largo de su historia, las
guerras han sido una constante, las agresiones de unos hombres a otros no son
exclusivas de nuestro tiempo y de nuestro continente o país. Violencia siempre
ha habido; no sé si siempre la habrá. En algunos momentos parece que se
intensifica; en otros lugares y regiones disminuye, pero nunca desaparece del
todo.
Quizás una de las razones que contribuye para que se dé un
tratamiento superficial al tema, lo constituye el hecho de que con mayor
frecuencia se trata de entender el problema desde afuera, desde la sociedad,
las víctimas, las leyes; y no se trata de comprender la visión de la violencia
desde el punto de vista de quien la practica o la ejerce.
Igualmente, se trata de aprehender el fenómeno como si de
un hecho único se tratara, cuando en realidad existen diferentes clases y
grados de agresiones (lesiones leves, graves, homicidios, violencia doméstica,
entre otras); algunas agresiones ni siquiera llegan a ser consideradas como
parte de las estadísticas, ya que no se denuncian. Asimismo, en cada región y
lugar la violencia tiene diferentes matices y causales.
Entonces, lo que se impone es comprender estas diferencias
de base, en las sociedades e individuos, que a menudo son las que contribuyen
para que entre un lugar y otro varíen las cifras. Precisamente, una de las
ciudades con mayor índice de homicidios en el mundo fue, durante las décadas de
los ´80 y ´90 del siglo pasado, Medellín, lugar donde confluyeron los carteles
de las drogas, los grupos de guerrillas, algunos parcialmente desmovilizados,
los paramilitares y autodefensas, el sicariato y muchas más.
Y se menciona el caso de Medellín porque es el espacio
donde se desarrolla el reportaje del periodista colombiano Alonso Salazar. Lo
que ha hecho Salazar es, como decíamos, tratar de entender la violencia desde
dentro, desde la perspectiva del que agrede. En tal sentido, el periodista
mencionado realizó una serie de entrevistas que aquí aparecen plasmadas a
manera de testimonios, donde se narran los hechos, las circunstancias y hasta
se exponen las razones que forjaron ese brote tan intenso de violencia que
sacudió a la opinión pública, y que tanto centimetraje generaron en los medios.
Entre los testimonios que presenta Salazar se encuentra el
de Antonio, sicario, miembro de una banda desde su adolescencia, que cuenta su
historia mientras agoniza en una cama de hospital. Antonio refiere cómo su
vida, incluso en su entorno más íntimo y familiar, estuvo transida por la
violencia, ya que su misma madre le enseñó desde pequeño que no debía dejarse faltonear de nadie.
También hablan en estas páginas: un integrante de las
autodefensas unidas de Colombia; un militante de las milicias populares del
pueblo y para el pueblo; un ex miembro del M-19, que formó parte de este grupo
cuando fue desmovilizado, sin mayor conocimiento de otra cosa que no fuera el
manejo de las armas, termina recurriendo a éstas otra vez, cuando considera que
es necesario limpiar el barrio,
plagado de sicarios; un profesional del gatillo que ha sobrevivido haciendo un
poco esto y un poco lo otro, robando o matando, sin nunca llegar a ocupar una
posición privilegiada en alguna organización, esperando siempre el golpe que lo
resuelva de una vez por todas; un convicto que reflexiona sobre la vida en las
cárceles, donde lejos de redimirse, el condenado aprende cada vez peores cosas;
y un sacerdote de una barriada, testigo atónito de todos los hechos de
violencia que ocurren a su alrededor.
Los personajes que hablan por estas páginas hablan con su
propia voz, de una manera sincera y a menudo descarnada; muchas veces sin
juzgar a nadie, mucho menos a ellos mismos. Son, simplemente, lo que son. Se
expresan como tales, se muestran sin vergüenza y a menudo sin culpa. El
periodista simplemente nos los presenta. Y que seamos nosotros los que saquemos
nuestras propias conclusiones con respecto a la cultura de la violencia. Porque la violencia es también eso, aunque
sea forzoso reconocerlo: un modo de vida para muchos.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox
Muy, muy interesante! sobre todo el tema de entender a la violencia como un fenómeno que históricamente se desarrolló junto al hombre y a su unión con la Sociedad Civil.
ResponderEliminarSaludos!!