miércoles, 8 de mayo de 2013

Moby dick: epitafio o libro total


El término libro total ha sido empleado, en no pocas ocasiones, con diferentes sentidos y connotaciones, para referirse a cosas tan dispares como una biblioteca digital o a proyectos culturales, entre otros. Pero, yo siempre he pensado en que el término cabe aplicarlo a algunos libros, ciertos libros, que pueden o quieren abarcar una totalidad. Y aquí noto, nuevamente, que incurre en otro oxímoron (un metaoxímoron), que me obligará a explicarme aún más.
¿Qué clase de totalidad puede abarcar un libro? ¿Puede el libro, un libro, decir todo con respecto a algo, sin que quepa decir nada más, sin que quepa posibilidades para glosas, interpretaciones, comentarios, prólogos y otras adendas? Evidentemente, no: siempre habrá algo más que decir, sobre el tema, o sobre el libro. De modo tal que el libro total en el que pienso sería algo así como la prueba ontológica de San Anselmo: lo mayor que lo cual nada pueda pensarse. Dicho de otro modo, y referido al texto: puede decirse algo más sobre el tema, o sobre el libro, pero ese algo más nunca superará el libro en cuestión.
Hay varios, entonces, que se me antojan como ejemplos: Ulises, sin lugar a dudas, es un libro total, en algún sentido. Pueden decirse muchas cosas sobre Joyce, sobre Stephen Dedalus, puede escribirse una novela que trate de abarcar, en muchas páginas, la totalidad de un día en la vida de alguien; incluso una tan vasta, o más vasta, que la de Joyce, pero no creo que opaque o haga sombra a Ulises. Lo mismo pienso de Moby dick: novela, tratado sobre el arte de cazar ballenas, historia de la caza de ballenas, volumen que compila, comenta y complementa todos los textos anteriores sobre el arte de cazar ballenas y aún más.
Puede haber otros libros sobre la caza de las ballenas, y de hecho pueden haberse escrito (en este momento confieso mi total ignorancia al respecto), pero todos los posteriores van a tener que mencionar, homenajear, parafrasear, o tener en cuenta, de manera u otra, insoslayablemente, la vasta, erudita, sesuda y voluminosa obra de Melville. Incluso, no mencionarla, intencionalmente, puede considerarse una voluntaria reacción contra la misma, algo así como hablar del psicoanálisis sin hablar de Freud; de modo tal que se entrevería claramente la intención iconoclasta, parricida, del autor que decidiera ignorarla (cuando no la ignorancia pura y simple).
Se queda entonces, el libro total, como peñón de Gibraltar, resistiendo el embate del tiempo, y marcando algo que no nos gustaría admitir: algo que no podrá jamás superarse es también algo que no va a volver a ocurrir. En una nota que escribí sobre los clásicos decía: si un libro clásico es la obra que marca el punto culminante de una cultura, una cultura debería cuidarse, entonces, de producir clásicos, porque más allá no hay nada más. Después de la Iliada y la Odisea, no hubo épica griega; después del Quijote, terminó de morir la novela de caballería; después de Melville, no hubo novelas sobre el arte de cazar ballenas (y si las hubo, a nadie le importan).
Un libro total es también un epitafio.