lunes, 13 de junio de 2016

Leer ladrillos

Cuando uno escucha la palabra monumento piensa en algo hermoso o en algo grande. A veces las dos cosas. Hay libros que son considerados obras monumentales de la literatura. Pero esta categorización obedece más que todo a un asunto de volumen. Son libros pesados, en los dos sentidos de la palabra. 
No me avergüenza confesar que algunos de estos me han aburrido hasta el punto tal de no poder terminarlos. A esta edad creo estar seguro de que no los leeré y/o culminaré jamás. Algunos sí he podido leerlos; los he disfrutado a ratos o los he disfrutado del todo. A veces he saltado, pero he terminado.
Esta, a continuación, es otra lista, aún más arbitraria que la anterior; arbitraria para otros, que no para mí: no creo en los cánones, excepto en los absolutamente personales (en la próxima entrega hablaré de ello). 

Inicio con la Divina comedia, a la que dos veces he dejado a las puertas del infierno, fracasando en mi intento de ir más allá (aunque no sé si el fracaso es mío o del Dante). También incluyo el Quijote, de cuya segunda parte sólo sé que existe. De El capital conozco su contenido por las innumerables reseñas, resúmenes, críticas y epígonos. Están los que vienen en varios tomos, como En busca del tiempo perdido (tiempo perdido para Proust, el que dedicó a eso) y el libro sin atributos (o El hombre sin atributos, quise decir). Debo añadir a este dudoso catálogo el Acto de fe, de Caneti, quien tiene otro ladrillo que sí es muy bueno (Masa y poder), y uno de un autor más reciente, que es Los detectives salvajes de Bolaños.
Pero, por otra parte, están esos libros vastos e igualmente a ratos insufribles, que sin embargo sí he podido culminar, por razones que no busco explicar ni comprender; si las hubo, habría que buscarlas no en los mismos libros sino en mi estado de ánimo o en mi disposición de tiempo para el momento. Tal es el caso de Moby dick (saltando un poco aquí y un poco allá) y Los miserables (aunque varias veces sentí deseos de torcerle el cuello al cisne). Me parece que Ulises y Rayuela tienen algo de ladrillos; y los he leído, no obstante.
Creo que el libro más extenso que he culminado es La guerra y la paz (sólo en un país tan desmesurado como Rusia pudo haberse gestado un libro tan desmesurado como éste). Hay que soportar trescientas páginas de chismorreo de príncipes y condesas en reuniones de salón para ver algo de acción. 
Sé que hay otros más largos, pero no los he leído, no los he culminado o no los he disfrutado. En algún momento veré con los que no he iniciado; porque a los que les di una primera oportunidad, creo que vale lo mismo que para las ex novias. 
Y tú, lector, ¿de qué ladrillos está hecha tu biblioteca?

Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox