miércoles, 14 de diciembre de 2011

No nacimos pa´ semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medellín. Alonso Salazar J.


         La discusión en torno a la violencia parece más difícil de acabar que la violencia misma. Existe tan grande diversidad de opiniones encontradas que no se avizora, en un corto plazo, un consenso en torno a la solución de dicho problema. Muy a menudo se escuchan afirmaciones del tipo “en otros tiempos no era así”, “se están perdiendo los valores”, “la culpa la tiene el gobierno, los padres, la escuela…”
Sin ánimos de disculpar a nadie, consideramos que quienes así se expresan manifiestan un profundo desconocimiento de la historia: la violencia ha sido la gran acompañante del hombre a lo largo de su historia, las guerras han sido una constante, las agresiones de unos hombres a otros no son exclusivas de nuestro tiempo y de nuestro continente o país. Violencia siempre ha habido; no sé si siempre la habrá. En algunos momentos parece que se intensifica; en otros lugares y regiones disminuye, pero nunca desaparece del todo.
Quizás una de las razones que contribuye para que se dé un tratamiento superficial al tema, lo constituye el hecho de que con mayor frecuencia se trata de entender el problema desde afuera, desde la sociedad, las víctimas, las leyes; y no se trata de comprender la visión de la violencia desde el punto de vista de quien la practica o la ejerce.
Igualmente, se trata de aprehender el fenómeno como si de un hecho único se tratara, cuando en realidad existen diferentes clases y grados de agresiones (lesiones leves, graves, homicidios, violencia doméstica, entre otras); algunas agresiones ni siquiera llegan a ser consideradas como parte de las estadísticas, ya que no se denuncian. Asimismo, en cada región y lugar la violencia tiene diferentes matices y causales.
Entonces, lo que se impone es comprender estas diferencias de base, en las sociedades e individuos, que a menudo son las que contribuyen para que entre un lugar y otro varíen las cifras. Precisamente, una de las ciudades con mayor índice de homicidios en el mundo fue, durante las décadas de los ´80 y ´90 del siglo pasado, Medellín, lugar donde confluyeron los carteles de las drogas, los grupos de guerrillas, algunos parcialmente desmovilizados, los paramilitares y autodefensas, el sicariato y muchas más.
Y se menciona el caso de Medellín porque es el espacio donde se desarrolla el reportaje del periodista colombiano Alonso Salazar. Lo que ha hecho Salazar es, como decíamos, tratar de entender la violencia desde dentro, desde la perspectiva del que agrede. En tal sentido, el periodista mencionado realizó una serie de entrevistas que aquí aparecen plasmadas a manera de testimonios, donde se narran los hechos, las circunstancias y hasta se exponen las razones que forjaron ese brote tan intenso de violencia que sacudió a la opinión pública, y que tanto centimetraje generaron en los medios.
Entre los testimonios que presenta Salazar se encuentra el de Antonio, sicario, miembro de una banda desde su adolescencia, que cuenta su historia mientras agoniza en una cama de hospital. Antonio refiere cómo su vida, incluso en su entorno más íntimo y familiar, estuvo transida por la violencia, ya que su misma madre le enseñó desde pequeño que no debía dejarse faltonear de nadie.
También hablan en estas páginas: un integrante de las autodefensas unidas de Colombia; un militante de las milicias populares del pueblo y para el pueblo; un ex miembro del M-19, que formó parte de este grupo cuando fue desmovilizado, sin mayor conocimiento de otra cosa que no fuera el manejo de las armas, termina recurriendo a éstas otra vez, cuando considera que es necesario limpiar el barrio, plagado de sicarios; un profesional del gatillo que ha sobrevivido haciendo un poco esto y un poco lo otro, robando o matando, sin nunca llegar a ocupar una posición privilegiada en alguna organización, esperando siempre el golpe que lo resuelva de una vez por todas; un convicto que reflexiona sobre la vida en las cárceles, donde lejos de redimirse, el condenado aprende cada vez peores cosas; y un sacerdote de una barriada, testigo atónito de todos los hechos de violencia que ocurren a su alrededor.
Los personajes que hablan por estas páginas hablan con su propia voz, de una manera sincera y a menudo descarnada; muchas veces sin juzgar a nadie, mucho menos a ellos mismos. Son, simplemente, lo que son. Se expresan como tales, se muestran sin vergüenza y a menudo sin culpa. El periodista simplemente nos los presenta. Y que seamos nosotros los que saquemos nuestras propias conclusiones con respecto a la cultura de la violencia. Porque la violencia es también eso, aunque sea forzoso reconocerlo: un modo de vida para muchos.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox

Cuentos de fútbol argentino. Varios autores


Hay países donde algunos deportes llegan a constituirse en verdaderas religiones: en algún momento en Rusia (o en la URSS) fue el ajedrez, en Canadá es el hockey, en Kenya las carreras de fondo, en Brasil y en Argentina el fútbol. No es de extrañar, pues, que se pueda hacer toda una antología de cuentos sobre fútbol escritos por argentinos: hay de dónde escoger, y no me imagino si no se escogiera el tamaño del volumen, acaso una enciclopedia completa.
Algunos de los escritores acá incluidos apenas se interesaron en el tema a lo largo de sus obras, le dedicaron poco tiempo y espacio, pocos textos, y sin embargo algo de atención le concedieron, como es el caso de Borges; otros, como Soriano y el mismo antologador (Fontanarrosa) han hecho del fútbol uno de los temas recurrentes en sus textos; a ellos ya los conocíamos, conocíamos de su pasión por el deporte y las letras, sin embargo, no dejan de sorprendernos. Pero como siempre sucede con las antologías, nuevos nombres nos son dados a conocer, algunos de los cuales constituyen una grata respuesta, como lo fue para mí Alejandro Dolina con sus breves crónicas atribuidas al puntero izquierdo de un once que fue conocido como el de las mil derrotas.
En otra ocasión comenté una antología de cuentos sobre deportes, y me planteé la cuestión acerca de que no es sencillo escribir sobre este tema, ya que se puede correr el riesgo de caer en la anécdota fácil de esquina o de programa televisivo, o de caer en el cuento fácil del héroe callejero elevado a mito colectivo, con todos los lugares comunes del caso. ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo sortear este peligro de escribir bien sobre un deporte sin parecer un simple comentarista? Estos escritores acá reunidos, han encontrado parte de la respuesta en el fútbol del arrabal, el fútbol que no ha perdido su encanto, su romanticismo; y a pesar de que están también presentes, en algunos de los relatos, los grandes nombres y los grandes clubes, no olvidan la dimensión humana del deporte, aquello que a todos fascina, más allá de las estadísticas y los contratos, de la publicidad y las transmisiones.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox

El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad. Luis Britto García


     En este volumen, Luis Britto García se propone analizar uno de los fenómenos más interesantes, si no el más interesante, de nuestros tiempos: la cultura. Dicho así puede sonar a verdad de Perogrullo: ¿es que acaso no hubo antes cultura? O, ¿es que acaso la cultura de los pueblos no ha sido, a lo largo de todos los tiempos, uno de los fenómenos más interesantes? Sí, pero también es cierto que la nuestra, o las nuestras, son culturas muy particulares, no sólo por la participación de diversos tipos de lenguajes que antes no existían (como los audiovisuales e informáticos), sino por la gran diversidad de expresiones que la constituyen.
    Aún más interesante es la forma como el autor plantea el tema de la cultura, entendida en el sentido más amplio de la palabra: para el autor, la cultura es anterior a todo o abarca todo; tanto que, incluso, “la raíz última de los conflictos debe ser detectada en la cultura”. Es decir, en buena parte de las guerras que ha habido en la humanidad, “se inculcan concepciones del mundo, valores o actitudes”. En efecto, con muy pocas excepciones, los conquistadores no sólo quieren sojuzgar, económica y políticamente a los otros pueblos, también quieren conquistarlos espiritualmente, y a veces no necesariamente a través del conflicto armado sino con “operaciones de penetración, de investigación motivacional, de propaganda y de educación”. El norte es, pues, para el conquistador, imponer una cultura, su cultura, y acallar las otras, que pasan a ser subculturas, culturas marginadas y en gran medida, contraculturas.
    La cultura es definida por Britto García como una clase de “modelo interno parcial, resumido y modificable de sí mismo y de las condiciones de su entorno”. Así, los organismos sociales “desarrollan una cultura, una memoria colectiva, que contiene los datos esenciales relativos a la propia estructura del grupo social, al ambiente donde está establecido, y a las pautas de conducta necesarias para regir las relaciones entre los integrantes del grupo, y entre éste y el ambiente”. Pero la cultura no es o no puede ser inmutable, sino que debe modificarse a sí misma, autorregularse, para poder adaptarse a los cambios y sobrevivir. Si no se adapta, perece.
      La manera de transformarse de una cultura pasa por la integración y asimilación en su modelo de otros componentes. De allí que “la cultura se transforma mediante la progresiva generación de subculturas, que constituyen intentos de registrar un cambio”; y es que toda cultura no es completa, es parcial, no satisface en todo sentido a los individuos que componen el grupo, sobre todo cuando se trata de grupos sociales muy grandes y complejos, donde no todos participan por igual, donde a veces surgen desigualdades, exclusiones, y algunos terminan en el margen.
      Así que entonces se generan, en el seno de la cultura, o en su periferia, subculturas, que como se decía, contribuyen al cambio de esa cultura. Pero esto no siempre ocurre de una manera armoniosa, es más, lo que a menudo ocurre es que la subcultura entre en conflicto con la cultura que pasará ahora a llamarse dominante u oficial, en tanto que las otras se constituyen en contraculturas, proceso donde se establece “una batalla entre modelos, una guerra entre concepciones del mundo”.
     Volviendo a lo que señalábamos antes, lo que hace más espacial a las culturas de nuestros tiempos, es la forma como se relacionan unas con otras, o la forma como la cultura dominante ha tratado de avasallar a las contraculturas. Particularmente, el autor concede, a lo largo del texto, mayor atención a la forma como en el modelo capitalista, en cuanto productor de cultura, se han ideado modos para aniquilar las subculturas o contraculturas que antagonizan con la oficial. En este sentido, Britto García refiere la existencia de mecanismos mediante los cuales el propio sistema, o la propia cultura dominante, “asume el papel de crear y de dirigir la cultura del subgrupo disidente”, lo que termina por suavizar el desacuerdo de los marginados con la cultura oficial. (Esto puede observarse, por ejemplo, en el hip-hop de la cultura afroamericana, que acabó por ser una forma de pop, después de haber nacido como protesta.)
     Más específicamente, en el capitalismo tales operaciones implican el estudio de los mercados para adoptar decisiones con respecto a lo que se va a producir, el styling, la publicidad y todo el proceso de mercadeo; también esto se logra a través de: a) la apropiación, universalización e inversión del significado de los símbolos contraculturales (lo que ocurre con la imagen del Che Guevara estampada en miles de playeras); b) creación de subculturas de consumo o estilos de consumo, como esos targets a los cuales se dirigen los canales de televisión por cable; entre otros medios. Claro, todo esto se refiere no al capitalismo de siempre, sino a una forma de capitalismo que es de ahora, y a mecanismos que son y han sido posibles gracias a los mass media.
       Luego, el autor pasa a analizar una gran diversidad de procesos a la luz de estas concepciones, de lo cual se deriva que los eventos más diversos, como las luchas por los derechos humanos o por la igualdad de las minorías, las sectas religiosas, los movimientos iconoclastas e irreverentes como los yippies, la experiencia ritual de las drogas por parte de ciertos grupos, la revolución sexual, las comunas, son síntomas de una misma condición: son manifestaciones contraculturales, de grupos que han sido marginados, están en la periferia y generan una cultura que es opuesta a la dominante. La contracultura sería la continuación de la lucha de clases, por otras vías y por otras razones: nada que ver con los medios de producción, sino con las visiones del mundo que entran en conflicto.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox

domingo, 11 de septiembre de 2011

Crónicas de H. Bustos Domecq - Borges y Bioy Casares

Bustos es un autor imaginario que habla de seres imaginarios (como espejos enfrentados), con un estilo falsamente laborioso, plagado de términos alambicados y rebuscados (palabras como “fumistería”), lleno de latinazos y referencias grecolatinas, exagerada y excesivamente entusiasta para con las cosas que reseña. (Es curioso reseñar la obra de un autor imaginario que discute sobre otros no menos irreales. Me pregunto si no seré yo también ficcional.)

El volumen, publicado originalmente en 1967, reúne un conjunto de ensayos y discusiones- más bien exposiciones- sobre las propuestas estéticas de escritores, arquitectos, gastrónomos, historiadores y hasta diseñadores de moda, absolutamente ficticios, pero no inverosímiles. Y aún cuando las crónicas de Bustos Domecq abarcan una gran diversidad de intereses, pueden notarse tendencias.


Una de éstas se relaciona con los procesos de simplificación u ornamentación del texto; en un sentido cuantitativo, más bien sería procesos de reducción o agrandamiento o abultamiento. Un ejemplo lo constituye el caso del poeta César Paladión, quien con la intención de “sincerar” un poco la escritura, en cuanto a influencias se refiere, decide llevar hasta sus últimas consecuencias la presencia en sus escritos de otro texto o autor. Así, en lugar de admitir en sus obras “la palabra o, a lo sumo, la frase hecha, Paladión anexó un opus completo.” Así, la cita se convierte en la obra, o viceversa. Paladión en lugar de ser un autor que hace alusión a “Las Geórgicas”, “El Emilio”, “La cabaña del Tío Tom”, escribe otra vez estos libros.

Un caso similar es el de Lambkin Formento: a fuerza de meticulosidad, precisión y detallismo, hace que su crítica de un texto sea el mismo texto criticado (“intuyó que la descripción del poema, para ser perfecta, debía coincidir palabra por palabra con el poema”).

No menos curioso resulta el poeta Bonavena, quien quiso verter la realidad en un poema; pero ante la imposibilidad que de suyo supone lograr tal cometido, decide centrar su atención sólo en un sector limitado de la realidad: el ángulo Nor-noroeste de su escritorio. Así, describe con una minuciosidad neurótica todo lo que tiene que ver con dicho sector: las vetas de la madera, las dimensiones, los objetos (ceniceros, lápices) que allí estaban.

También está Loomis, un autor cuyas obras coinciden con el catálogo de las mismas (Oso, Catre, Boina, Nata, Luna, Tal vez), ya que los poemarios se limitan a esas seis- o siete- palabras: el título y el contenido coinciden perfectamente, el título es la obra; en el libro Nata sólo aparece la palabra “Nata”. Loomis justifica su poética diciendo: “¿No hay mayor poder de evocación en la palabra Luna que en el Té de los ruiseñores de Maiakovski?” Y no sólo se trata del contenido de evocación de la palabra, sino también de la valoración que tiene para quien la escribe: antes de poner sobre el papel Catre, el poeta pasó dos meses de rigores mal durmiendo en una estrecha cama de convento. Loomis escribió ese libro, esa palabra, porque los había vivido.

Bustos Domecq también nos refiere el nacimiento de un nuevo teatro universal (universal no por su alcance o difusión sino porque el universo es su teatro). El precursor de la corriente fue un tal Bluntschli, quien al principio mostraba aún actitudes “teatrales”, como amenazar a alguien con un revólver de chocolate; más tarde renuncio a tales experimentos e, imbuido en su arte, “anduvo por las calles, incursionó en oficinas y tiendas, confió una misiva a un buzón, adquirió tabaco y fumólo, hojeó los matutinos, comportóse como el menos conspicuo de los ciudadanos”, dotando de teatralidad a la vida y viceversa. Su mensaje halló eco en un tal Longuet y un centenar de jóvenes que se lanzaron a la calle a poner en práctica la doctrina de Bluntschli. Así asestaron “un golpe de muerte al teatro de utilería y parlamentos; el teatro nuevo había nacido; el más desprevenido, el más ignaro, usted mismo ya es un actor; la vida es el libreto”.

La hipérbole y la paradoja son la constante en las propuestas reseñadas por Bustos. Lo cual pone en evidencia lo que sucede al llevar al extremo (del ridículo) toda pretensión artística, que siempre tiene en sí el germen de la contradicción.

Cuentos completos - Julio Ramón Ribeyro



El hecho de no haber leído nunca antes a Ribeyro sino hasta ahora que me topo con un ejemplar de sus Cuentos completos me hace pensar en lo que Flaubert escribió en un ocasión: uno debería publicar sólo sus obras completas, es decir, abstenerse de publicar cualquier texto por separado y, cuando se piense que ya hemos llegado al final del proceso de construcción de toda la obra, de todas las obras, entonces sí publicar.

Para mí es como si Ribeyro no hubiera publicado sino esto. No asistí a la evolución de su proceso pero sí puedo verla, ya que leer las obras completas de un autor de una sola vez, en una lectura, lo que uno nota, por lo menos en el caso de este autor peruano, es una gran campana de Gauss: una curva que comienza a subir lenta y perezosamente al principio, tiene una cima (sus mejores logros) y después decae.

Como siempre, más que hablar del texto o de sus características (lo cual es bastante difícil dado que se trata de una buena cantidad de relatos) prefiero hablar de mi lectura del texto. Debo al respecto confesar que le tengo cierta desconfianza a los narradores que sólo emplean la primera persona (lo cual es predominante en Ribeyro). Me parece que es la forma más sencilla de abordar un cuento (es la que emplean todas las personas diariamente para contarnos trivialidades sobre lo que les pasó en el autobús o cuando estaban en el supermercado); cuando se trata de contar nuestros propios asuntos y empleando la primera persona parece que no se requiere de mucho esfuerzo imaginativo al abordar la psique del personaje.

Por otra parte, casi todos los relatos (no sólo los de Ribeyro) son como divertimentos, son un género ajedrecístico, inteligente: uno como escritor siempre tiene que luchar contra la presumible suspicacia del lector y tratar de desarmar las hipótesis que éste aventura. Al final uno (el escritor) gana la batalla si puede dejar sorprendido al lector. Esto no sé si lo había pensado antes, pero lo noté mucho al leer los cuentos de Ribeyro (quizás no me dio otra cosa en qué pensar).

Cuando leo un volumen de esta naturaleza (relatos completos, o antologías de relatos, ya sean individuales o colectivas) tengo la costumbre de marcar los que considero los más resaltantes para después releerlos. Ahora bien, la relectura de algunos de los relatos de este volumen me causó perplejidad: no sé si fui muy indulgente al principio o muy estricto al final, porque en algunos casos llegué a hacerme la misma pregunta que uno se hace cuando se encuentra con una ex: ¿qué le habré visto? De esta última y tajante relectura sin embargo sobreviven algunos cuentos, uno que considero simplemente un prodigio de la arquitectura narrativa: Carrusel

Sin noticias de Gurb - Eduardo Mendoza



Escribir humor sin dejar de ser literatura seria no es cosa sencilla, quiero decir, a veces hacer humor acaba convirtiéndose en literatura fácil, literatura light y a veces hacer literatura acaba por parecerse más a un juego de inteligencia que un juego de humor.

Tal parece que los humoristas no escriben textos muy literarios y viceversa. Menos aún graciosos resultan los que no escriben humor sino sobre humor; pienso sobre todo en esos fárragos que buscan analizar y teorizar el humor, como lo que hicieron Bergson y Breton.

Mendoza de alguna manera lo logra; logra esa risa alegre y pura. Además, me permitió descubrir a un escritor muy particular. Ésta resulta ser una obra relativamente menor de una autor que ya era importante, gracias a una saga que tiene como personaje principal a un detective muy particular, y que oscila entre la parodia a la novela negra, el relato experimental y hasta la novela gótica.

De verdad leyendo Sin noticias de Gurb río a mandíbula batiente y a lo largo de casi todo el texto: no tiene baches o disminución en la intensidad, como pasa con algunas películas que en algún momento dejan la risa y torna a la acción o al drama. 



Sin noticia de Gurb es probablemente uno de los libros más graciosos que haya leído, junto con El club de los parricidas de Ambrose Bierce, El robo del elefante blanco y otros cuentos de Mark Twain, Espérame en Siberia, vida mía, de otro español: Enrique Jardiel Poncela. Y no digo que es gracioso porque sonría, porque entienda el chiste y me haga cómplice de él; no es ese humor inteligente de Sterne o del mismo Cortázar, ante el que uno sonríe complaciente al darse cuenta de que el emperador está desnudo.

La divina comedia (nueva relectura)

Me lo impuse, fue una obligación, pero la evité siempre: salía por allí, veía películas, en fin. Cuando regresaba a casa, allí estaban los dos volúmenes de la edición preparada por Ángel Crespo. Me propuse realizar una lectura que, por imposible que parezca, obvie o deje de lado mis convicciones y gustos como lector particular y me fundamenté sobre todo en mi condición de profesor de literatura; pero, igual que otras veces fracasé (o fracasó el libro)me ha parecido insufrible casi toda la piadosa cantiga (o cantinela) del Dante.

Y yo que creí haber adquirido cierta madurez, creí que me sucedería lo mismo que con la relectura de Ulisses. Todo lo contrario: ahora, en esta relectura de la Comedia, ni siquiera encontré gusto en el canto del Infierno, que tanto estimuló mi romántica imaginación de adolescente. Y, como siempre, he leído sin dejar de pensar qué es lo que me incomoda de este libro. Creo que son cuatro cosas, fundamentalmente:

- Un libro que, implícitamente, trata de convencerme de algo (que compre Coca-cola, que sea feliz, que no me preocupe, que deje de fumar, de beber, de fornicar, de pecar) me resulta tan tedioso como la televisión, además de que carece de los atractivos (por ejemplo las modelos) y las ventajas 
de ésta (por ejemplo lo breve de los mensajes).

- En segundo lugar, el amor infinito de Dante por Beatriz (así como el de Petrarca por Laura) parece una pose, una pose que se puede considerar hasta un ardid publicitario para la época.

- El que una persona se proponga escribir algo y lo diga de otra forma, aún teniendo claro lo que quiere decir, además de necio me parece abusar de la paciencia del lector, enredándole intencionalmente las cosas; no es que yo piense que uno deba simplificarse en exceso para ponerse a nivel de los lectores incapaces, pero si uno sabe cómo decir algo, lo tiene claro, ¿para qué oscurecerlo? Por vanidad. Digo, Dante en aquella famosa carta parece saber muy bien que quería con su Comedia.
- Por último, y como corolario de lo anterior, yo también veo en la lectura una forma de felicidad, como decía Montaigne. Un texto que requiere cuatro formas de interpretación (literal, alegórica, moral, anagógica) demanda un esfuerzo que convierte en ingrata o infausta la tarea de leerlo. Y, pues, a mí Dante no me procura ningún solaz. Quizás a otros sí, o al menos eso declaran.

jueves, 4 de agosto de 2011

Los demasiados libros - Gabriel Zaid

A todos los libros les sobra algo; a algunos les sobran los relatos, a otros les sobra el prólogo, a las novelas les sobran capítulos, a todos les sobran páginas. Creo que leo así, con vocación de antologador.


Los demasiados libros de Zaid no es la excepción. Más bien debería decir que el texto en cuestión es la hiperbolización del asunto. Se trata de un volumen al que le sobra casi todo; es un libro abultado artificialmente con trabajosas estadísticas y con borrosas utopías sobre las formas ideales de distribución e impresión de los textos.

Lo esencial del ensayo de Zaid para mí puede resumirse en algunas ideas de los tres primeros párrafos:

La gente que quiere ser culta va con temor a las librerías y se marea ante la inmensidad de todo lo que no ha leído… cuando ya tiene media docena de libros sin leer, se siente tan mal que no se atreve a comparar otros. En cambio, la gente verdaderamente culta es capaz de tener miles de libros que no ha leído sin perder el aplomo… Una biblioteca es un proyecto personal de lectura.

Y puedo sintetizarlo aún más en un aforismo: la multiplicación de los libros, lejos de aumentar nuestro conocimiento, ha multiplicado nuestra ignorancia. El resto del libro me parece redundante o inútil. Un breve ensayo hubiese resultado excelente.

(Espero que el autor no haya pretendido ser tomado en serio. Quizá lo que pretendió fue demostrarnos, con su propio ejemplo, la razón por la cual hay demasiados libros: la gente no sabe cuándo callar y termina escribiendo más de la cuenta.)

Fernando Pessoa: Plural como el universo



Los djinns son uno de los más notables inventos de los árabes. Nosotros se los pedimos prestados: son los “genios” de nuestros cuentos de hadas… nacieron hace miles de años en algún lugar de la tierra de Ismael, en la mente de unos beduinos estupefactos por el vacío del desierto y resueltos a llenarlos a toda costa. ¡Fantástica empresa! Los hombres del desierto, considerando que la tierra estaba poco poblada, resolvieron que fuese habitada por criaturas surgidas de la mente. Inventaron compañeros imaginarios. Un espejismo es mejor que el vacío…

- Michel Gall. El secreto de las 1.001 noches

En mi biblioteca los autores en lengua portuguesa ocupan el menor espacio que quepa imaginar, comparados por ejemplo con los de lengua francesa, española o italiana. La literatura portuguesa es la hija menor de la literatura en lenguas romances. Debo confesar que para que no luciera tan despoblado el escaño correspondiente, he mezclado a los portugueses con los brasileros, a los cuales separé de sus coterráneos latinoamericanos.

No sé si esto será un asunto de ignorancia por un lado (específicamente por mi lado) y un asunto de mercado por el otro, ya que las editoriales en lengua española (que distribuyen con mayor profusión en nuestro país) son en gran medida españolas y, en cuanto tales, promocionan a sus propios autores y sus propios valores, dejándonos conocer sólo a medias otras cosas, es decir, dejándonos conocer lo que más sobresale pero no todo.

También podría ser que, simplemente y retomando el tema del inicio, la literatura no abunda en Portugal como sí lo hace en Francia, por decir algo. En época de Pessoa (1888-1935) la cosa debe haber sido peor: aún no nacían ni escribían los Saramago ni los Lobo Antunes ni los de Andrade. Ante este panorama Pessoa decide poblar el desierto de estas letras con sus heterónimos.

Varias y diversas son las voces inventadas por él. Los más conocidos y con producción literaria más consistente y constante son: Alberto Caeiro, Alvaro de Campos y Ricardo Reis. Además de ellos hubo varios semi-heterónimos y seudónimos (Pedro Botelho, Antonio Mora, Bernardo Soares), con los que explora otros géneros (como el cuento y el ensayo) y para los cuales traza hasta una biografía.

Pero, ¿son tan distintas estas voces?, me pregunto ahora. No sé cómo habría sido mi lectura si no hubiera sabido de antemano que todas esas personas eran la misma. No sé si habría podido notar la diferencia. En cualquier caso lo que cabe es juzgar el texto, no el hombre ni el nombre.

Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27

Ariel y Proteo selecto (2007). José Enrique Rodó


Se considera que el modernismo, movimiento literario fundamentalmente hispanoamericano nacido a finales del siglo XIX, es el punto de partida de las vanguardias literarias surgidas posteriormente y, en consecuencia, decisiva influencia en las letras contemporáneas.

Como el primer movimiento literario nacido en nuestro continente, no es de extrañar que en el tratamiento de los temas por parte de los modernistas predomine una visión americentrista, que ya se había hecho presente en autores y pensadores como Bello, Rodríguez, el mismo Bolívar. En los modernistas esto iba a la par con una revolución de la forma, aunque algunas veces degeneró en un preciosismo extremo.

El término modernismo fue propuesto por el gran creador e impulsor de este movimiento: el poeta nicaragüense conocido como Rubén Darío. Además de él, otros escritores modernistas fueron José Martí, Leopoldo Lugones; el movimiento pasó a Europa, de allí que se hable de escritores modernistas españoles, como Valle- Inclán y Juan Ramón Jiménez; en nuestro país, se puede mencionar a Manuel Díaz Rodríguez.

Otra de las emblemáticas figuras del modernismo fue José Enrique Rodó, uruguayo, nacido en Montevideo en el año de 1871. Además de escritor, fungió como periodista y participó en política (fue diputado a Cortes por el Partido Colorado). Rodó es considerado el ensayista del modernismo por excelencia. Sus principales obras fueron Ariel (publicada originalmente en 1900) y Motivos de Proteo (de 1909), ambas están incluidas en el volumen que estamos comentando. De Motivos de Proteo sólo se incluyó una selección; Ariel sí aparece íntegra.

Ignoro la razón para proceder así. Si era por brevedad, hay otros textos de la Biblioteca Popular para los Consejos Comunales aún más extensos. En verdad, para mí, ninguna razón justifica que se mutile un texto al editarlo, ya que es el lector, cualquier lector, quien decide lo que lee y lo que va a saltarse, es su derecho y nadie debe menoscabarlo. Pero, pasemos al comentario de la obra de Rodó, aunque en esta ocasión sólo me referiré a Ariel por motivos de espacio, dejando posiblemente para después Motivos de Proteo.

Ariel es un personaje de La tempestad, de Shakespeare. En dicha obra, Ariel simboliza o encarna los valores de la sabiduría, de la civilización, de la mesura, de la belleza inclusive. En su libro, el mismo Rodó señala que Ariel: “… representa (…) la parte noble y alada del espíritu. Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia.” En la obra, Ariel se opone a Calibán, que es exactamente todo lo contrario.

En Ariel, Rodó se vale de la figura de un personaje: un Maestro, Próspero, es quien habla y se dirige a un grupo de estudiantes, dirigiéndose en realidad al lector, que serían las juventudes de América, en una serie de discursos exaltados y apasionados en los cuales expone sus tesis; que tienen que ver con la crítica al utilitarismo o pragmatismo, la exaltación de los valores de lo bello y lo espiritual, los problemas de la democracia, entre otros. Como pensador, Rodó atribuye gran valor a la educación, y dedica buena parte de su reflexión a este tema.

En estos discursos Rodó también propone el espiritualismo, en oposición al pragmatismo, como una forma de resistencia cultural de los países de Hispanoamérica frente al creciente dominio de EEUU, que es un dominio tanto político-económico como de pensamiento, ya que las ideas que subyacen a un modelo político (lo que llaman la ideología) son precisamente lo que los conquistadores desean que se implante en las naciones que invaden, y son las ideas lo primero que asimilan quienes quieren ser conquistados, los que ya están entregados. Cualquier parecido con nuestra realidad…

Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27

CUENTOS LATINOAMERICANOS SOBRE FÚTBOL


Desde sus albores, el deporte como actividad ha variado en algún u otro sentido o intencionalidad; por ejemplo, para los griegos, los juegos olímpicos tenían una valor político-religioso, e incluían en su calendario actividades culturales; pero no como en la actualidad, donde también hay manifestaciones artísticas diversas en el marco de los juegos olímpicos y otras competencias, aunque esto se hace de una forma paralela y hasta cierto punto accesoria o decorativa. Por su parte, para los romanos, el deporte era una actividad prácticamente preparatoria para la guerra; o era una forma de guerra en tiempos de paz (parafraseando a Lenin). De allí que abundaran los deportes con carros de combate, con escudos, con espadas y otras armas.

Pero lo que prevalece y ha prevalecido es el sentido de comunión que genera el deporte, incluso hoy día, al margen o a pesar de la excesiva mercantilización. Porque no hay dudas de que el deporte constituye una compleja y diversa experiencia humana, una forma especial de comunicación, puesto que permite conectar al ser humano con el otro: el que sufre dentro de la cancha o arena es una proyección de esos otros cientos o miles que miran desde fuera; ese otro que está a nuestro lado en la grada, codo con codo, celebrando o vociferando, es el mismo individuo, es la misma voz, es el mismo canto. Yo es otro, como pensaba Rimbaud.

Salvo quizás la música, y en algún momento el teatro, ninguna otra actividad humana es tan intensa para quien está en el centro de las miradas de los demás. El que escribe nada sabe de lo que piensa ese otro que nos lee en una habitación a solas; para el que hace cine (actor o director o guionista), es postergada y lejana la reacción de quien asiste a la sala o ve en la pantalla el relato en imágenes que le quisieron contar. En cambio, el cantante, el músico, el actor de teatro, y otros similares, así como el deportista, viven en el momento lo que el otro siente y piensa.

Aunque mi afirmación se puede discutir largamente, tal parece que entre más espectadores hay en la grada, más intensa se torna la experiencia. Así, en la actualidad, entre los deportes más practicados, los que se desarrollan en estadios donde caben decenas, si no cientos de miles de fanáticos al mismo tiempo, suelen ser los más conocidos, seguidos por radio y prensa, vistos por televisión; los deportistas que los practican son admirados como ídolos o héroes, o hasta villanos algunas veces. Son los deportes populares; claro que esta popularidad varía de un lugar a otro: nosotros nada sabemos de cricket, deporte muy practicado en las naciones de la Commonwealth. De igual modo, el ajedrez es uno de los más populares, y no requiere de grandes estadios.

Particularmente, el fútbol entra en esa categoría de los deportes de masas. Me refiero al fútbol (soccer), en el que compiten dos equipos de 11 jugadores cada uno, disputando el balón con los pies para introducirlo en la portería contraria, durante dos tiempos de cuarenta y cinco minutos. Porque está también el llamado fútbol americano, practicado con una pelota ovoidal; y el fútbol sala, practicado en un campo cubierto, de dimensiones más reducidas, con equipos de cinco jugadores; y el fútbol siete, y el fútbol de playa y...

Se asegura que este fútbol, el fútbol moderno, como tal nació en el siglo XIX en Inglaterra, ya que allí fue donde se redactaron las primeras reglas. En el siglo XX se constituye su federación más importante, la FIFA, y comienzan a disputarse los campeonatos globales: mundiales y olímpicos. Pero el fútbol antiguo o de siempre nació en muchas partes: algunos dicen que en un juego practicado en Florencia o Venecia, durante la edad media; otros que fue en el juego de pelota de los mayas.

Lo cierto es que de todas las variantes antes mencionadas, el fútbol o balompié ha pasado a ser llamado el deporte rey; su campeonato mundial, celebrado cada cuatro años, es el evento más visto del planeta. El fútbol es hoy día casi una religión, una religión sin dios, o con dioses que se alternan cada temporada o cada campeonato: hoy es Lionel Messi, ayer fue Ronaldo, antes Maradona o Pelé, mañana puede ser quién sabe quién.

Ahora bien, teniendo en las manos este volumen que me lleva a todas estas reflexiones (titulado: Reglas de juego. Cuentos latinoamericanos sobre fútbol), y teniendo en cuenta todo lo antes dicho, no se puede menos que reconocer que la relación entre deporte y literatura, o la presencia del deporte en la literatura, si bien no es precisamente de las más abundantes (comparada, por ejemplo, con temas como el crimen o el amor), sí ha tenido sus grandes momentos y aciertos. De grata recordación son los cuentos de Cortázar dedicados al boxeo: La noche de Mantequilla y el Torito; así como las incursiones de Jack London, quien en Por un bistec construye la cruel y descarnada historia del postrer combate de un boxeador fracasado y mal alimentado, ya en el ocaso de su carrera.

Yo considero que no es sencillo escribir sobre ningún tema, y sobre el deporte quizás más aún; ya que al tratar de hacer literatura sobre el deporte, se puede correr el riesgo de caer en la anécdota fácil de esquina o de programa televisivo, o caer en el cuento fácil del héroe callejero elevado a mito colectivo, con todos los lugares comunes y los excesos retóricos del caso. Sin embargo, siempre hay quien se aventura por esa vía incierta y trata de conjugar, con mayores o menores aciertos, esas dos grandes pasiones del alma: el deporte y las letras.

Como muestra, esta decena de textos que Monte Ávila Editores agrupa en un solo volumen: trabajos de distintos autores latinoamericanos (de Brasil, Venezuela, Argentina, Uruguay, Ecuador, Chile), que han escrito relatos en los que el futbol aparece ya como el centro de los acontecimientos, ya como un marco o espacio donde tienen lugar los hechos, ya en relación con otros temas, como el amor, la muerte, el fracaso en la vida. Así, estos escritores ensayan sus gambetas literarias y nos chutan desde el borde mismo del área sus historias, vividas desde dentro de la cancha, en el banquillo de suplentes, desde las gradas, desde el sillón de la sala donde el fanático sufre con pasión o desencanto, tristeza o alegría, los sinsabores de la derrota y el éxtasis del gol.

Textos y autores incluidos

El césped, Mario Benedetti

El final de una agonía, Edilberto Coutinho

El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes, Francisco Massiani

Fútbol, Chevige Guayke

Tito nunca más, Mempo Giardinelli

Buba, Roberto Bolaño

Recibir al campeón, Silvia Lago

La música de los domingos, Liliana Haeker

El penal más largo del mundo, Oswaldo Soriano

El crack, Augusto Roa Bastos

Por: Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27

martes, 5 de julio de 2011

El hombre en busca del sentido, Viktor Frankl (Edit Herder, 1991).

Admito que estoy sumamente prejuiciado y que tiendo a evitar, literalmente a huir, de todo aquello que de alguna manera suene a o parezca autoayuda. Y en cierto modo el texto de Viktor Frankl, que había visto en ocasiones en librerías, me lo parecía. Hasta que un día leí la nota de contraportada:

El Dr. Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos, más o menos importantes: "¿Por qué no se suicida usted?"

Volví a depositar el libro en su anaquel y me quedé pensando en aquellas inquietantes palabras. Y así estuve durante días; luego, cada vez que estaba en una librería volvía a mirar el libro y a releer la nota. Curiosamente, nunca encontraba un ejemplar abierto para hojearlo; siempre estaban forrados con ese plástico transparente que suelen usar. Por mi timidez o mis prejuicios no solicitaba a los dependientes que me permitieran desempaquetarlo para hojear en su interior.

Siempre me limitaba a la nota de contraportada, acrecentando cada vez mi curiosidad: qué clase de psiquiatra dice eso a sus pacientes. Creo que ya había leído en parte el libro antes de leerlo, como en un escena de un película de Tarantino, en la que dos contrincantes se enfrentan, pero antes de pelear se observan largamente. Uno de ellos, el que cuenta la historia, dice: “la mayor parte del combate se desarrolló en nuestras mentes”.

Un día, estaba buscando otro libro (Análisis transaccional de Eric Berne); el dependiente me dijo que no tenía ése, pero me podía recomendar otro: El hombre en busca de sentido. Ya no me quedó más remedio y lo compré.

El inicio de la lectura fue una total sorpresa; y esta afirmación no constituye un juicio de valor, es decir, no digo que fuera una sorpresa agradable o desagradable, que fuera bueno o malo. Simplemente, me esperaba algo completamente distinto; me esperaba, imaginaba o creía, por ejemplo, que se trataba de una serie de relatos o historias de vida, interpretaciones de las conversaciones con los pacientes o algo similar. Esta conjetura venía dada por la misma nota de contraportada, tantas veces leída.

La mayor parte del texto narra la experiencia de Frankl, quien hubo de padecer una de las peores atrocidades de la historia contemporánea de la humanidad: la vida en los campos de concentración a los que fueron destinados los judíos durante el nazismo. En efecto, el autor, nacido en Viena, en 1905, en el seno de una familia judía, fue internado en 1942 en el campo de concentración de Theresienstadt. En 1944 fue trasladado a Auschwitz y posteriormente a Kaufering y Türkheim, dos campos dependientes del de Dachau.

Sin embargo, Frankl no se limita al mero relato de los hechos, ya sea de una manera periodística o una manera literaria; su intención, explicitada en el prólogo y en el subtítulo de la edición original, fue escribir un ensayo psicológico. El interés, pues, está orientado al análisis, a la interpretación de los hechos; por sobre todo busca la comprensión de la visión del hombre que ingresa a un campo de concentración y que ha vivido esa experiencia.

De allí que las secciones o capítulos del libro están referidas a los distintos episodios de la vida en estos espacios: la llegada al campo de concentración, el internamiento, la vida en el campo, la liberación, la vida posterior a la liberación. Como decía, las descripciones de los hechos siempre tratan de estar más orientadas hacia lo que los sujetos asimilaban de las experiencias que a lo que realmente sucedía. En tal sentido, las secciones dentro de cada capítulo atienden a aspectos tales como: el sueño, el hambre, la apatía, los insultos, la sexualidad, el arte, el humor, la irritabilidad, la soledad, entre otros.

Como siempre ocurre, o me ocurre, no puedo evitar ciertas comparaciones con otros libros que han tratado asuntos similares, libros que he leído y que tengo frescos en la memoria. La primera comparación, y la más recurrente durante la lectura de El hombre en busca de sentido, fue con el libro de Primo Levy, Si esto es un hombre, que leí el año pasado; aunque los dos libros persiguen, a todas luces, objetivos distintos. Y a pesar de que se diga que toda comparación es odiosa, ésta no lo fue; más bien, la lectura de un texto enriqueció la del otro y viceversa. Porque en cuanto a gustos, en cuanto a juicios sobre el estilo y el tratamiento del tema, los dos libros para mí fueron muy bien llevados, sin caer en las exageraciones (ni exageraron el sufrimiento de los prisioneros ni la maldad de los carceleros, por ejemplo).

Volviendo al libro de Frankl, durante la estancia en el campo de concentración el autor descubre, más bien, construye, el principio de lo que posteriormente será su teoría: la logoterapia. Allí en el campo se da cuenta de lo importante que es tener un sentido, o lo que nosotros llamaríamos un proyecto de vida. De hecho, el factor más determinante en la sobrevivencia en el campo no era la fortaleza física, el tener una mejor constitución, el haber sido una persona de una robusta salud. Pero, mejor dejemos que lo diga con sus propias palabras:

No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual. Sólo de esta forma puede uno explicarse la paradoja aparente de que algunos prisioneros, a menudo los menos fornidos, parecían soportar mejor la vida del campo que los de naturaleza más robusta. (p. 44-45)

De allí, el autor, como dije, derivó el principio que serviría de base a su doctrina terapéutica, la voluntad del sentido. De esta manera, se contrapone a los principios que orientan otras tendencias en el psicoanálisis (como la libido en Freud). Pero ésa es otra historia, que Frankl desarrolla en el apéndice del libro y de lo cual no me pienso ocupar, ya que me quiero hacer creer que leí una narración autobiográfica y no un tratado de psicología (cosas mías, pues).

Volviendo al tema del inicio, y ya para cerrar, si bien el texto es susceptible de una lectura de autoayuda, y quizás todo texto lo sea, el de Frankl no se limita a esa visión o a esa intención, no es tan básico en su lenguaje y en el tratamiento del tema; por eso, pienso, se puede leer de otra manera, se puede leer como literatura. Por eso lo leí y así lo leí.

Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27

AGRADECIMIENTOS Santiago González Carriedo (2010)

Agradecimientos

Podría decirse que Santiago González Carriedo ha inaugurado un subgénero dentro de la ficción: el pie de página. Claro que el pie de página siempre ha existido, pero no exactamente como literatura de ficción.

Así, pues, Agradecimientos, heredera de las tradiciones joyceanas y cortazarianas, se inscribe en esa tradición de la literatura como puzle, a la que tantos otros se han sumado: Perec, Pavic, Denevi, y muchos más que han apostado por una novela que tiene que ser leída-reconstruida por el lector-jugador.

Kundera decía que el autor debe producir sus novelas de modo tal que sea imposible llevarlas al cine. No me imagino cómo será un pie de página en el cine, pero ahora, leyendo Agradecimientos de Santiago González Carriedo, sé cómo es un pie no en la novela, sino como novela.

Ahora bien, he hablado hasta los momentos de la manera como el autor planteó su texto. Pero, debo hacer una salvedad, y aquí terminan los elogios (si fueron tales) y comienza la crítica (si es que ésta es lo contrario de los elogios). Desde otro punto de vista, Agradecimientos es una ficción que quiere parecer novedosa. Y ese quiere insinúa, desde ya, que hay cierto aire de impostura en la obra.

En efecto, si nos atenemos a la mera trama, que está contada en los pie de páginas, como ya dijimos, la historia que narra González Carriedo no diferiría demasiado de tantas películas que hemos visto, en las que los protagonistas se ven obligados a huir de la ley, debido a un crimen que no cometieron, y en su juicio y en la misma huida se encuentran con una red de conspiraciones y mentiras, pero también con personas que los ayudan.

En suma, si no fuera por los pie de páginas, me sentiría que sólo leo (veo) una nueva versión de El fugitivo, con Harrison Ford en el papel de un escritor de obras policiales.

Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27

La muerte de la literatura, Alvin Kernan (Monte Ávila, 1996 )

Todos han muerto.

Murió doña Antonia la ronca…

César Vallejo, La violencia de las horas


Una amiga me ve con este libro (La muerte de la literatura de Alvin Kernan) bajo el brazo y me pregunta:

- Ay Dios, ¿y quién se murió ahora?

- La literatura- digo yo, con una voz grave que conviene a la ocasión.

- ¿Y de qué murió?

- No se sabe; ni siquiera se sabe si estuvo viva.

Porque ése es el problema de las cosas que uno piensa que son reales y que no existen más que en nuestras propias cabezas acomodadas a la idea de que existen: las horas, el cálculo infinitesimal, el usufructo y el habeas corpus, el valor cero de una mercadería, las líneas limítrofes entre los países y hasta los mismos países. Pienso, luego las cosas comienzan a existir.

A menudo le pregunto a mi perro, que nada sabe de estas cosas (que no se ven ni tienen patas ni huelen), para ver qué opina. Le dije que murió la literatura. De cuál literatura me hablas, preguntó. En verdad no supe qué responderle. Tuve que tomar el libro por la pechera para preguntarle, muy amablemente, de cuál literatura habla.

En suma, lo que me parece más discutible de este libro de Kernan es que parte de la creencia de que la noción de literatura es una noción estática, y que lo que está en crisis no es una visión o concepción de la literatura, sino la literatura misma. Con esta clase de (ir)realidades (discursivas) vale decir que no muere en realidad la cosa, sino lo que yo u otros creemos de la cosa. Pero la cosa acaso sobreviva, de un modo asaz misterioso, como la historia de Fukuyama.

Suponer, por ejemplo, que porque la literatura ha dejado de ser materia obligatoria en muchas universidades (lo cual tampoco sucedía hace trescientos años), y que en su lugar ahora se dan cursos de lenguaje, se va a afectar sustancialmente el modo de leer o de escribir literariamente (sea lo que sea que eso signifique), es presumir que lo que pasa en las universidades tiene mucho que ver con la literatura. (Esto, al parecer, es lo que piensa Kernan.) Pero nada de eso es muy cierto, ni de lejos. La literatura de creación (sea lo que sea que eso signifique) nació y existe y seguirá existiendo fuera de esas instituciones que son la quintaesencia de la ortodoxia.

Por otra parte, tengo para mí que hablar de la muerte de la literatura es como hablar de la muerte de la cultura: cualquier cosa que muera en una cultura significa que algo más nacerá, algo que también se llama cultura; así que no se ha muerto nada, nada puede morir: ni la literatura ni la cultura se crean o se destruyen, se transforman. Puede morir una cultura, pero no la cultura. Cualquier cosa que surja de los despojos de la literatura, cualquier discurso o creación que antagonice con la visión clasicista de Elliot, es también literatura.

A pesar de estos y otros desacuerdos de inicio, pude seguir leyendo hasta el final, y sin embargo coincidir en muchos aspectos con el autor.

Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27