miércoles, 27 de febrero de 2013

Memoria de mis putas tristes, Gabriel García Márquez


Fue muy grande el anuncio para este nuevo libro del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez. Fue también larga la espera, desde la publicación de Crónica de una muerte anunciada. Para muchos fue grande la decepción; no me incluyo, porque trato de no hacerme demasiadas expectativas: cuando me hablan de una película muy buena, cuando me dicen que me van a contar un chiste que me hará morir de la risa, cuando anuncian la “nueva obra maestra de la genial pluma... etc”; trato, en suma, de pensar de antemano que no debe ser tan extraordinario, así, si resulta buena, es agradable sorpresa, si resulta mala, era lo que esperaba.
(Hablando de películas, ésas que anuncian usualmente con un “del mismo director de...” o “de los creadores de...” son las que precisamente evito ver: sé de antemano que debe ser poco interesante; si no, hablarían de la misma y no del hecho de que coincide con el director o productor de otra (y ni siquiera dicen su nombre), es decir, en realidad no hablan del film en cuestión sino más bien alaban el acierto del anterior. Claro está, actúo de manera distinta cuando la rúbrica es de una persona cuyo nombre ya inspira cierta confianza y garantía: Kubrick, Coppola, Scorsese...)
Volviendo a la triste historia de las putas (el título es, como el libro, sólo un bluff), el planteamiento de la historia, quizá audaz en otra época, no dejaría de sonar a gancho, podría sonar atractivo: los amores (valga el término) de un anciano de 90 años y una joven de 14. Si hubiera sido bien llevada a cualquier terreno, a lo idílico, lo sórdido (porque, quien lo duda, en lo oscuro y sucio hay atracción), a donde fuera, se habría salvado. Pero el autor evita a toda costa ir hacia un lado o hacia el otro, agota las formas de mantenerse en medio y así acaba por no hacer que sus personajes muevan ni al odio ni a la lástima ni a la pena ni a la risa ni al elogio.
El personaje principal y narrador es un hombre gris y mediocre que lo declara a viva voz. Es ese mismo personaje que ya he visto en otras novelas, de Onetti (Cuando ya no importe), de Villoro (El disparo de argón), de muchos otros latinoamericanos. El personaje, decía, habla de sí mismo y se empeña en que todos sepamos que no es ni un héroe ni un desalmado, ni un idiota ni un genio; habla desde su mediocridad, pero lo hace con una lucidez y una retórica impropias de su medianía, lo hace con la voz de un premio Nobel, porque, no hay que dudarlo, la voz es la de García Márquez. Eso le resta el único valor que habría podido quedar: la verosimilitud del personaje.
A mí no me interesa ni la voz ni lo otro, quiero decir, ni únicamente la anécdota. Si creyera que el asunto es sólo la voz en la narrativa, sería, volviendo a la comparación con el cine, como ver una película con guión flojo y con buenas actuaciones. El asunto está en el justo medio: es tanto el chiste como la forma de contarlo. Y en el caso de Memorias de mis putas tristes, no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario.

París era una fiesta, Ernest Hemingway


De alguna manera, y por alguna razón, nunca me han atraído demasiado las historias sobre los mismos escritores; de hecho he leído pocas biografías de autores (en realidad no recuerdo haber leído ninguna) y sólo algunos diarios: el de Mann, el de Henry James, el de Virginia Woolf y el de Bucowsky; cuatro para ser exactos. Por cierto, coincido un poco con lo que dice este último: él confiesa que no le interesan los hacedores de vino, pero sí los vinos; a mí me atrae la literatura, no quienes la hacen.
Como tales, tampoco conozco demasiadas novelas sobre la vida y el ejercicio de las letras. La muerte en Venecia es uno de esos casos. La mayoría de las veces lo que encuentro son diarios, como los ya mencionados. Aunque la obra de Hemingway tiene algo de ambas: algo de confesión y algo de invención.
Considero que la novela de Thomas Mann es relativamente distinta, porque el centro de atención es el personaje y no sus textos; aunque sí hay algo de reflexión sobre la escritura, sobre el ser de esa cosa que es la escritura. En Hemingway sí abunda el contar (contar y reflexionar) sobre lo textual, sobre lo que estaba escribiendo en ese momento y la preocupación por la técnica. También el personaje de Mann está aislado de todos, incluso de sus iguales; en tanto que el Hemingway-personaje no.
Hemingway, en París era una fiesta, hace un relato a medias edulcorado a medias chismoso y con mucha maledicencia de la vida literaria, como pienso que es de esperarse en esta clase de historias. Por supuesto, el mejor salvado es él; los demás o parecen chiflados (como Walsh) o inspiran lástima (como Joyce). El menos favorecido resulta Fitzgerald, a quien el autor de El viejo y el mar concede un extenso espacio.
Con todo, me intriga saber por qué un retrato de la vida literaria pudo convertirse en un best seller. Pienso que puede deberse a la posición que ocupa Hemingway en el imaginario colectivo norteamericano.

Pubis angelical, Manuel Puig


            Al comprar el libro, antes de comenzar a leerlo, me asaltó el recuerdo, ya algo brumoso por el tiempo, de otras lecturas de Puig. El beso de la mujer araña la recuerdo, aunque muy vagamente, como una buena obra. Pensé en ese momento que la historia de la literatura, por lo menos la historia de la literatura en lengua castellana, había sido injusta con Puig, un narrador que sí estuvo muy bien posicionado en su momento, en el post boom.
        Pero entonces leí este relato amorfo, repartido en tres tramas que no llegan a tocarse y acaso no llegan tampoco a vincularse; leí tanto diálogo estéril, tanto confesión baladí, tanta sensiblería que no sé si quiso parecer parodia pero sólo llega a gazmoñería; leí la supuesta versión del pensamiento de una mujer (si eso es lo que en realidad piensan las mujeres ya no me causa intriga saberlo). Y entonces pensé que lo que permanece en el tiempo es sin duda lo que es.
        En este momento no lamento que se hayan perdido para la posteridad, que no sean leídas hoy día, “injustamente”, obras “importantes”. Con seguridad se merecen estar allí en ese limbo, donde Pubis angelical va a parar, hasta que muera de manera definitiva. Quién sabe si su autor también. Quién sabe qué quedará de él. Tal vez sólo sea mencionado por la mencionada: El beso de la mujer araña. Tal vez la genialidad sólo nos toca una vez, cuando nos toca. Ya lograr algo debería disculpar nuestros demás dislates, nuestras invenciones erradas.
         Hay días que pienso que uno debería ser árbitro de su obra (como ya escribí en alguna parte. Hay en días en que pienso lo contrario, es decir, que como uno no sabe cuál es la acertada debería publicarlo todo y esperar que el tiempo y los lectores den el juicio final. Tal vez sólo quede una línea, tal vez sólo sea una referencia (como Marlowe).
No sé si Manuel Puig habrá muerto. Parece que lo estuviera. Parece sus libros no van a sobrevivir a su propia muerte; quizás sólo sobreviva en antologías, o en enumeraciones del tipo: “en esa época hubo también otros escritores...”