miércoles, 14 de diciembre de 2011

No nacimos pa´ semilla. La cultura de las bandas juveniles en Medellín. Alonso Salazar J.


         La discusión en torno a la violencia parece más difícil de acabar que la violencia misma. Existe tan grande diversidad de opiniones encontradas que no se avizora, en un corto plazo, un consenso en torno a la solución de dicho problema. Muy a menudo se escuchan afirmaciones del tipo “en otros tiempos no era así”, “se están perdiendo los valores”, “la culpa la tiene el gobierno, los padres, la escuela…”
Sin ánimos de disculpar a nadie, consideramos que quienes así se expresan manifiestan un profundo desconocimiento de la historia: la violencia ha sido la gran acompañante del hombre a lo largo de su historia, las guerras han sido una constante, las agresiones de unos hombres a otros no son exclusivas de nuestro tiempo y de nuestro continente o país. Violencia siempre ha habido; no sé si siempre la habrá. En algunos momentos parece que se intensifica; en otros lugares y regiones disminuye, pero nunca desaparece del todo.
Quizás una de las razones que contribuye para que se dé un tratamiento superficial al tema, lo constituye el hecho de que con mayor frecuencia se trata de entender el problema desde afuera, desde la sociedad, las víctimas, las leyes; y no se trata de comprender la visión de la violencia desde el punto de vista de quien la practica o la ejerce.
Igualmente, se trata de aprehender el fenómeno como si de un hecho único se tratara, cuando en realidad existen diferentes clases y grados de agresiones (lesiones leves, graves, homicidios, violencia doméstica, entre otras); algunas agresiones ni siquiera llegan a ser consideradas como parte de las estadísticas, ya que no se denuncian. Asimismo, en cada región y lugar la violencia tiene diferentes matices y causales.
Entonces, lo que se impone es comprender estas diferencias de base, en las sociedades e individuos, que a menudo son las que contribuyen para que entre un lugar y otro varíen las cifras. Precisamente, una de las ciudades con mayor índice de homicidios en el mundo fue, durante las décadas de los ´80 y ´90 del siglo pasado, Medellín, lugar donde confluyeron los carteles de las drogas, los grupos de guerrillas, algunos parcialmente desmovilizados, los paramilitares y autodefensas, el sicariato y muchas más.
Y se menciona el caso de Medellín porque es el espacio donde se desarrolla el reportaje del periodista colombiano Alonso Salazar. Lo que ha hecho Salazar es, como decíamos, tratar de entender la violencia desde dentro, desde la perspectiva del que agrede. En tal sentido, el periodista mencionado realizó una serie de entrevistas que aquí aparecen plasmadas a manera de testimonios, donde se narran los hechos, las circunstancias y hasta se exponen las razones que forjaron ese brote tan intenso de violencia que sacudió a la opinión pública, y que tanto centimetraje generaron en los medios.
Entre los testimonios que presenta Salazar se encuentra el de Antonio, sicario, miembro de una banda desde su adolescencia, que cuenta su historia mientras agoniza en una cama de hospital. Antonio refiere cómo su vida, incluso en su entorno más íntimo y familiar, estuvo transida por la violencia, ya que su misma madre le enseñó desde pequeño que no debía dejarse faltonear de nadie.
También hablan en estas páginas: un integrante de las autodefensas unidas de Colombia; un militante de las milicias populares del pueblo y para el pueblo; un ex miembro del M-19, que formó parte de este grupo cuando fue desmovilizado, sin mayor conocimiento de otra cosa que no fuera el manejo de las armas, termina recurriendo a éstas otra vez, cuando considera que es necesario limpiar el barrio, plagado de sicarios; un profesional del gatillo que ha sobrevivido haciendo un poco esto y un poco lo otro, robando o matando, sin nunca llegar a ocupar una posición privilegiada en alguna organización, esperando siempre el golpe que lo resuelva de una vez por todas; un convicto que reflexiona sobre la vida en las cárceles, donde lejos de redimirse, el condenado aprende cada vez peores cosas; y un sacerdote de una barriada, testigo atónito de todos los hechos de violencia que ocurren a su alrededor.
Los personajes que hablan por estas páginas hablan con su propia voz, de una manera sincera y a menudo descarnada; muchas veces sin juzgar a nadie, mucho menos a ellos mismos. Son, simplemente, lo que son. Se expresan como tales, se muestran sin vergüenza y a menudo sin culpa. El periodista simplemente nos los presenta. Y que seamos nosotros los que saquemos nuestras propias conclusiones con respecto a la cultura de la violencia. Porque la violencia es también eso, aunque sea forzoso reconocerlo: un modo de vida para muchos.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox

Cuentos de fútbol argentino. Varios autores


Hay países donde algunos deportes llegan a constituirse en verdaderas religiones: en algún momento en Rusia (o en la URSS) fue el ajedrez, en Canadá es el hockey, en Kenya las carreras de fondo, en Brasil y en Argentina el fútbol. No es de extrañar, pues, que se pueda hacer toda una antología de cuentos sobre fútbol escritos por argentinos: hay de dónde escoger, y no me imagino si no se escogiera el tamaño del volumen, acaso una enciclopedia completa.
Algunos de los escritores acá incluidos apenas se interesaron en el tema a lo largo de sus obras, le dedicaron poco tiempo y espacio, pocos textos, y sin embargo algo de atención le concedieron, como es el caso de Borges; otros, como Soriano y el mismo antologador (Fontanarrosa) han hecho del fútbol uno de los temas recurrentes en sus textos; a ellos ya los conocíamos, conocíamos de su pasión por el deporte y las letras, sin embargo, no dejan de sorprendernos. Pero como siempre sucede con las antologías, nuevos nombres nos son dados a conocer, algunos de los cuales constituyen una grata respuesta, como lo fue para mí Alejandro Dolina con sus breves crónicas atribuidas al puntero izquierdo de un once que fue conocido como el de las mil derrotas.
En otra ocasión comenté una antología de cuentos sobre deportes, y me planteé la cuestión acerca de que no es sencillo escribir sobre este tema, ya que se puede correr el riesgo de caer en la anécdota fácil de esquina o de programa televisivo, o de caer en el cuento fácil del héroe callejero elevado a mito colectivo, con todos los lugares comunes del caso. ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo sortear este peligro de escribir bien sobre un deporte sin parecer un simple comentarista? Estos escritores acá reunidos, han encontrado parte de la respuesta en el fútbol del arrabal, el fútbol que no ha perdido su encanto, su romanticismo; y a pesar de que están también presentes, en algunos de los relatos, los grandes nombres y los grandes clubes, no olvidan la dimensión humana del deporte, aquello que a todos fascina, más allá de las estadísticas y los contratos, de la publicidad y las transmisiones.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox

El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad. Luis Britto García


     En este volumen, Luis Britto García se propone analizar uno de los fenómenos más interesantes, si no el más interesante, de nuestros tiempos: la cultura. Dicho así puede sonar a verdad de Perogrullo: ¿es que acaso no hubo antes cultura? O, ¿es que acaso la cultura de los pueblos no ha sido, a lo largo de todos los tiempos, uno de los fenómenos más interesantes? Sí, pero también es cierto que la nuestra, o las nuestras, son culturas muy particulares, no sólo por la participación de diversos tipos de lenguajes que antes no existían (como los audiovisuales e informáticos), sino por la gran diversidad de expresiones que la constituyen.
    Aún más interesante es la forma como el autor plantea el tema de la cultura, entendida en el sentido más amplio de la palabra: para el autor, la cultura es anterior a todo o abarca todo; tanto que, incluso, “la raíz última de los conflictos debe ser detectada en la cultura”. Es decir, en buena parte de las guerras que ha habido en la humanidad, “se inculcan concepciones del mundo, valores o actitudes”. En efecto, con muy pocas excepciones, los conquistadores no sólo quieren sojuzgar, económica y políticamente a los otros pueblos, también quieren conquistarlos espiritualmente, y a veces no necesariamente a través del conflicto armado sino con “operaciones de penetración, de investigación motivacional, de propaganda y de educación”. El norte es, pues, para el conquistador, imponer una cultura, su cultura, y acallar las otras, que pasan a ser subculturas, culturas marginadas y en gran medida, contraculturas.
    La cultura es definida por Britto García como una clase de “modelo interno parcial, resumido y modificable de sí mismo y de las condiciones de su entorno”. Así, los organismos sociales “desarrollan una cultura, una memoria colectiva, que contiene los datos esenciales relativos a la propia estructura del grupo social, al ambiente donde está establecido, y a las pautas de conducta necesarias para regir las relaciones entre los integrantes del grupo, y entre éste y el ambiente”. Pero la cultura no es o no puede ser inmutable, sino que debe modificarse a sí misma, autorregularse, para poder adaptarse a los cambios y sobrevivir. Si no se adapta, perece.
      La manera de transformarse de una cultura pasa por la integración y asimilación en su modelo de otros componentes. De allí que “la cultura se transforma mediante la progresiva generación de subculturas, que constituyen intentos de registrar un cambio”; y es que toda cultura no es completa, es parcial, no satisface en todo sentido a los individuos que componen el grupo, sobre todo cuando se trata de grupos sociales muy grandes y complejos, donde no todos participan por igual, donde a veces surgen desigualdades, exclusiones, y algunos terminan en el margen.
      Así que entonces se generan, en el seno de la cultura, o en su periferia, subculturas, que como se decía, contribuyen al cambio de esa cultura. Pero esto no siempre ocurre de una manera armoniosa, es más, lo que a menudo ocurre es que la subcultura entre en conflicto con la cultura que pasará ahora a llamarse dominante u oficial, en tanto que las otras se constituyen en contraculturas, proceso donde se establece “una batalla entre modelos, una guerra entre concepciones del mundo”.
     Volviendo a lo que señalábamos antes, lo que hace más espacial a las culturas de nuestros tiempos, es la forma como se relacionan unas con otras, o la forma como la cultura dominante ha tratado de avasallar a las contraculturas. Particularmente, el autor concede, a lo largo del texto, mayor atención a la forma como en el modelo capitalista, en cuanto productor de cultura, se han ideado modos para aniquilar las subculturas o contraculturas que antagonizan con la oficial. En este sentido, Britto García refiere la existencia de mecanismos mediante los cuales el propio sistema, o la propia cultura dominante, “asume el papel de crear y de dirigir la cultura del subgrupo disidente”, lo que termina por suavizar el desacuerdo de los marginados con la cultura oficial. (Esto puede observarse, por ejemplo, en el hip-hop de la cultura afroamericana, que acabó por ser una forma de pop, después de haber nacido como protesta.)
     Más específicamente, en el capitalismo tales operaciones implican el estudio de los mercados para adoptar decisiones con respecto a lo que se va a producir, el styling, la publicidad y todo el proceso de mercadeo; también esto se logra a través de: a) la apropiación, universalización e inversión del significado de los símbolos contraculturales (lo que ocurre con la imagen del Che Guevara estampada en miles de playeras); b) creación de subculturas de consumo o estilos de consumo, como esos targets a los cuales se dirigen los canales de televisión por cable; entre otros medios. Claro, todo esto se refiere no al capitalismo de siempre, sino a una forma de capitalismo que es de ahora, y a mecanismos que son y han sido posibles gracias a los mass media.
       Luego, el autor pasa a analizar una gran diversidad de procesos a la luz de estas concepciones, de lo cual se deriva que los eventos más diversos, como las luchas por los derechos humanos o por la igualdad de las minorías, las sectas religiosas, los movimientos iconoclastas e irreverentes como los yippies, la experiencia ritual de las drogas por parte de ciertos grupos, la revolución sexual, las comunas, son síntomas de una misma condición: son manifestaciones contraculturales, de grupos que han sido marginados, están en la periferia y generan una cultura que es opuesta a la dominante. La contracultura sería la continuación de la lucha de clases, por otras vías y por otras razones: nada que ver con los medios de producción, sino con las visiones del mundo que entran en conflicto.
Rafael Victorino Muñoz
@soyvictorinox