jueves, 4 de agosto de 2011

Los demasiados libros - Gabriel Zaid

A todos los libros les sobra algo; a algunos les sobran los relatos, a otros les sobra el prólogo, a las novelas les sobran capítulos, a todos les sobran páginas. Creo que leo así, con vocación de antologador.


Los demasiados libros de Zaid no es la excepción. Más bien debería decir que el texto en cuestión es la hiperbolización del asunto. Se trata de un volumen al que le sobra casi todo; es un libro abultado artificialmente con trabajosas estadísticas y con borrosas utopías sobre las formas ideales de distribución e impresión de los textos.

Lo esencial del ensayo de Zaid para mí puede resumirse en algunas ideas de los tres primeros párrafos:

La gente que quiere ser culta va con temor a las librerías y se marea ante la inmensidad de todo lo que no ha leído… cuando ya tiene media docena de libros sin leer, se siente tan mal que no se atreve a comparar otros. En cambio, la gente verdaderamente culta es capaz de tener miles de libros que no ha leído sin perder el aplomo… Una biblioteca es un proyecto personal de lectura.

Y puedo sintetizarlo aún más en un aforismo: la multiplicación de los libros, lejos de aumentar nuestro conocimiento, ha multiplicado nuestra ignorancia. El resto del libro me parece redundante o inútil. Un breve ensayo hubiese resultado excelente.

(Espero que el autor no haya pretendido ser tomado en serio. Quizá lo que pretendió fue demostrarnos, con su propio ejemplo, la razón por la cual hay demasiados libros: la gente no sabe cuándo callar y termina escribiendo más de la cuenta.)

Fernando Pessoa: Plural como el universo



Los djinns son uno de los más notables inventos de los árabes. Nosotros se los pedimos prestados: son los “genios” de nuestros cuentos de hadas… nacieron hace miles de años en algún lugar de la tierra de Ismael, en la mente de unos beduinos estupefactos por el vacío del desierto y resueltos a llenarlos a toda costa. ¡Fantástica empresa! Los hombres del desierto, considerando que la tierra estaba poco poblada, resolvieron que fuese habitada por criaturas surgidas de la mente. Inventaron compañeros imaginarios. Un espejismo es mejor que el vacío…

- Michel Gall. El secreto de las 1.001 noches

En mi biblioteca los autores en lengua portuguesa ocupan el menor espacio que quepa imaginar, comparados por ejemplo con los de lengua francesa, española o italiana. La literatura portuguesa es la hija menor de la literatura en lenguas romances. Debo confesar que para que no luciera tan despoblado el escaño correspondiente, he mezclado a los portugueses con los brasileros, a los cuales separé de sus coterráneos latinoamericanos.

No sé si esto será un asunto de ignorancia por un lado (específicamente por mi lado) y un asunto de mercado por el otro, ya que las editoriales en lengua española (que distribuyen con mayor profusión en nuestro país) son en gran medida españolas y, en cuanto tales, promocionan a sus propios autores y sus propios valores, dejándonos conocer sólo a medias otras cosas, es decir, dejándonos conocer lo que más sobresale pero no todo.

También podría ser que, simplemente y retomando el tema del inicio, la literatura no abunda en Portugal como sí lo hace en Francia, por decir algo. En época de Pessoa (1888-1935) la cosa debe haber sido peor: aún no nacían ni escribían los Saramago ni los Lobo Antunes ni los de Andrade. Ante este panorama Pessoa decide poblar el desierto de estas letras con sus heterónimos.

Varias y diversas son las voces inventadas por él. Los más conocidos y con producción literaria más consistente y constante son: Alberto Caeiro, Alvaro de Campos y Ricardo Reis. Además de ellos hubo varios semi-heterónimos y seudónimos (Pedro Botelho, Antonio Mora, Bernardo Soares), con los que explora otros géneros (como el cuento y el ensayo) y para los cuales traza hasta una biografía.

Pero, ¿son tan distintas estas voces?, me pregunto ahora. No sé cómo habría sido mi lectura si no hubiera sabido de antemano que todas esas personas eran la misma. No sé si habría podido notar la diferencia. En cualquier caso lo que cabe es juzgar el texto, no el hombre ni el nombre.

Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27

Ariel y Proteo selecto (2007). José Enrique Rodó


Se considera que el modernismo, movimiento literario fundamentalmente hispanoamericano nacido a finales del siglo XIX, es el punto de partida de las vanguardias literarias surgidas posteriormente y, en consecuencia, decisiva influencia en las letras contemporáneas.

Como el primer movimiento literario nacido en nuestro continente, no es de extrañar que en el tratamiento de los temas por parte de los modernistas predomine una visión americentrista, que ya se había hecho presente en autores y pensadores como Bello, Rodríguez, el mismo Bolívar. En los modernistas esto iba a la par con una revolución de la forma, aunque algunas veces degeneró en un preciosismo extremo.

El término modernismo fue propuesto por el gran creador e impulsor de este movimiento: el poeta nicaragüense conocido como Rubén Darío. Además de él, otros escritores modernistas fueron José Martí, Leopoldo Lugones; el movimiento pasó a Europa, de allí que se hable de escritores modernistas españoles, como Valle- Inclán y Juan Ramón Jiménez; en nuestro país, se puede mencionar a Manuel Díaz Rodríguez.

Otra de las emblemáticas figuras del modernismo fue José Enrique Rodó, uruguayo, nacido en Montevideo en el año de 1871. Además de escritor, fungió como periodista y participó en política (fue diputado a Cortes por el Partido Colorado). Rodó es considerado el ensayista del modernismo por excelencia. Sus principales obras fueron Ariel (publicada originalmente en 1900) y Motivos de Proteo (de 1909), ambas están incluidas en el volumen que estamos comentando. De Motivos de Proteo sólo se incluyó una selección; Ariel sí aparece íntegra.

Ignoro la razón para proceder así. Si era por brevedad, hay otros textos de la Biblioteca Popular para los Consejos Comunales aún más extensos. En verdad, para mí, ninguna razón justifica que se mutile un texto al editarlo, ya que es el lector, cualquier lector, quien decide lo que lee y lo que va a saltarse, es su derecho y nadie debe menoscabarlo. Pero, pasemos al comentario de la obra de Rodó, aunque en esta ocasión sólo me referiré a Ariel por motivos de espacio, dejando posiblemente para después Motivos de Proteo.

Ariel es un personaje de La tempestad, de Shakespeare. En dicha obra, Ariel simboliza o encarna los valores de la sabiduría, de la civilización, de la mesura, de la belleza inclusive. En su libro, el mismo Rodó señala que Ariel: “… representa (…) la parte noble y alada del espíritu. Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia.” En la obra, Ariel se opone a Calibán, que es exactamente todo lo contrario.

En Ariel, Rodó se vale de la figura de un personaje: un Maestro, Próspero, es quien habla y se dirige a un grupo de estudiantes, dirigiéndose en realidad al lector, que serían las juventudes de América, en una serie de discursos exaltados y apasionados en los cuales expone sus tesis; que tienen que ver con la crítica al utilitarismo o pragmatismo, la exaltación de los valores de lo bello y lo espiritual, los problemas de la democracia, entre otros. Como pensador, Rodó atribuye gran valor a la educación, y dedica buena parte de su reflexión a este tema.

En estos discursos Rodó también propone el espiritualismo, en oposición al pragmatismo, como una forma de resistencia cultural de los países de Hispanoamérica frente al creciente dominio de EEUU, que es un dominio tanto político-económico como de pensamiento, ya que las ideas que subyacen a un modelo político (lo que llaman la ideología) son precisamente lo que los conquistadores desean que se implante en las naciones que invaden, y son las ideas lo primero que asimilan quienes quieren ser conquistados, los que ya están entregados. Cualquier parecido con nuestra realidad…

Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27

CUENTOS LATINOAMERICANOS SOBRE FÚTBOL


Desde sus albores, el deporte como actividad ha variado en algún u otro sentido o intencionalidad; por ejemplo, para los griegos, los juegos olímpicos tenían una valor político-religioso, e incluían en su calendario actividades culturales; pero no como en la actualidad, donde también hay manifestaciones artísticas diversas en el marco de los juegos olímpicos y otras competencias, aunque esto se hace de una forma paralela y hasta cierto punto accesoria o decorativa. Por su parte, para los romanos, el deporte era una actividad prácticamente preparatoria para la guerra; o era una forma de guerra en tiempos de paz (parafraseando a Lenin). De allí que abundaran los deportes con carros de combate, con escudos, con espadas y otras armas.

Pero lo que prevalece y ha prevalecido es el sentido de comunión que genera el deporte, incluso hoy día, al margen o a pesar de la excesiva mercantilización. Porque no hay dudas de que el deporte constituye una compleja y diversa experiencia humana, una forma especial de comunicación, puesto que permite conectar al ser humano con el otro: el que sufre dentro de la cancha o arena es una proyección de esos otros cientos o miles que miran desde fuera; ese otro que está a nuestro lado en la grada, codo con codo, celebrando o vociferando, es el mismo individuo, es la misma voz, es el mismo canto. Yo es otro, como pensaba Rimbaud.

Salvo quizás la música, y en algún momento el teatro, ninguna otra actividad humana es tan intensa para quien está en el centro de las miradas de los demás. El que escribe nada sabe de lo que piensa ese otro que nos lee en una habitación a solas; para el que hace cine (actor o director o guionista), es postergada y lejana la reacción de quien asiste a la sala o ve en la pantalla el relato en imágenes que le quisieron contar. En cambio, el cantante, el músico, el actor de teatro, y otros similares, así como el deportista, viven en el momento lo que el otro siente y piensa.

Aunque mi afirmación se puede discutir largamente, tal parece que entre más espectadores hay en la grada, más intensa se torna la experiencia. Así, en la actualidad, entre los deportes más practicados, los que se desarrollan en estadios donde caben decenas, si no cientos de miles de fanáticos al mismo tiempo, suelen ser los más conocidos, seguidos por radio y prensa, vistos por televisión; los deportistas que los practican son admirados como ídolos o héroes, o hasta villanos algunas veces. Son los deportes populares; claro que esta popularidad varía de un lugar a otro: nosotros nada sabemos de cricket, deporte muy practicado en las naciones de la Commonwealth. De igual modo, el ajedrez es uno de los más populares, y no requiere de grandes estadios.

Particularmente, el fútbol entra en esa categoría de los deportes de masas. Me refiero al fútbol (soccer), en el que compiten dos equipos de 11 jugadores cada uno, disputando el balón con los pies para introducirlo en la portería contraria, durante dos tiempos de cuarenta y cinco minutos. Porque está también el llamado fútbol americano, practicado con una pelota ovoidal; y el fútbol sala, practicado en un campo cubierto, de dimensiones más reducidas, con equipos de cinco jugadores; y el fútbol siete, y el fútbol de playa y...

Se asegura que este fútbol, el fútbol moderno, como tal nació en el siglo XIX en Inglaterra, ya que allí fue donde se redactaron las primeras reglas. En el siglo XX se constituye su federación más importante, la FIFA, y comienzan a disputarse los campeonatos globales: mundiales y olímpicos. Pero el fútbol antiguo o de siempre nació en muchas partes: algunos dicen que en un juego practicado en Florencia o Venecia, durante la edad media; otros que fue en el juego de pelota de los mayas.

Lo cierto es que de todas las variantes antes mencionadas, el fútbol o balompié ha pasado a ser llamado el deporte rey; su campeonato mundial, celebrado cada cuatro años, es el evento más visto del planeta. El fútbol es hoy día casi una religión, una religión sin dios, o con dioses que se alternan cada temporada o cada campeonato: hoy es Lionel Messi, ayer fue Ronaldo, antes Maradona o Pelé, mañana puede ser quién sabe quién.

Ahora bien, teniendo en las manos este volumen que me lleva a todas estas reflexiones (titulado: Reglas de juego. Cuentos latinoamericanos sobre fútbol), y teniendo en cuenta todo lo antes dicho, no se puede menos que reconocer que la relación entre deporte y literatura, o la presencia del deporte en la literatura, si bien no es precisamente de las más abundantes (comparada, por ejemplo, con temas como el crimen o el amor), sí ha tenido sus grandes momentos y aciertos. De grata recordación son los cuentos de Cortázar dedicados al boxeo: La noche de Mantequilla y el Torito; así como las incursiones de Jack London, quien en Por un bistec construye la cruel y descarnada historia del postrer combate de un boxeador fracasado y mal alimentado, ya en el ocaso de su carrera.

Yo considero que no es sencillo escribir sobre ningún tema, y sobre el deporte quizás más aún; ya que al tratar de hacer literatura sobre el deporte, se puede correr el riesgo de caer en la anécdota fácil de esquina o de programa televisivo, o caer en el cuento fácil del héroe callejero elevado a mito colectivo, con todos los lugares comunes y los excesos retóricos del caso. Sin embargo, siempre hay quien se aventura por esa vía incierta y trata de conjugar, con mayores o menores aciertos, esas dos grandes pasiones del alma: el deporte y las letras.

Como muestra, esta decena de textos que Monte Ávila Editores agrupa en un solo volumen: trabajos de distintos autores latinoamericanos (de Brasil, Venezuela, Argentina, Uruguay, Ecuador, Chile), que han escrito relatos en los que el futbol aparece ya como el centro de los acontecimientos, ya como un marco o espacio donde tienen lugar los hechos, ya en relación con otros temas, como el amor, la muerte, el fracaso en la vida. Así, estos escritores ensayan sus gambetas literarias y nos chutan desde el borde mismo del área sus historias, vividas desde dentro de la cancha, en el banquillo de suplentes, desde las gradas, desde el sillón de la sala donde el fanático sufre con pasión o desencanto, tristeza o alegría, los sinsabores de la derrota y el éxtasis del gol.

Textos y autores incluidos

El césped, Mario Benedetti

El final de una agonía, Edilberto Coutinho

El llanero solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes, Francisco Massiani

Fútbol, Chevige Guayke

Tito nunca más, Mempo Giardinelli

Buba, Roberto Bolaño

Recibir al campeón, Silvia Lago

La música de los domingos, Liliana Haeker

El penal más largo del mundo, Oswaldo Soriano

El crack, Augusto Roa Bastos

Por: Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27