domingo, 11 de septiembre de 2011

La divina comedia (nueva relectura)

Me lo impuse, fue una obligación, pero la evité siempre: salía por allí, veía películas, en fin. Cuando regresaba a casa, allí estaban los dos volúmenes de la edición preparada por Ángel Crespo. Me propuse realizar una lectura que, por imposible que parezca, obvie o deje de lado mis convicciones y gustos como lector particular y me fundamenté sobre todo en mi condición de profesor de literatura; pero, igual que otras veces fracasé (o fracasó el libro)me ha parecido insufrible casi toda la piadosa cantiga (o cantinela) del Dante.

Y yo que creí haber adquirido cierta madurez, creí que me sucedería lo mismo que con la relectura de Ulisses. Todo lo contrario: ahora, en esta relectura de la Comedia, ni siquiera encontré gusto en el canto del Infierno, que tanto estimuló mi romántica imaginación de adolescente. Y, como siempre, he leído sin dejar de pensar qué es lo que me incomoda de este libro. Creo que son cuatro cosas, fundamentalmente:

- Un libro que, implícitamente, trata de convencerme de algo (que compre Coca-cola, que sea feliz, que no me preocupe, que deje de fumar, de beber, de fornicar, de pecar) me resulta tan tedioso como la televisión, además de que carece de los atractivos (por ejemplo las modelos) y las ventajas 
de ésta (por ejemplo lo breve de los mensajes).

- En segundo lugar, el amor infinito de Dante por Beatriz (así como el de Petrarca por Laura) parece una pose, una pose que se puede considerar hasta un ardid publicitario para la época.

- El que una persona se proponga escribir algo y lo diga de otra forma, aún teniendo claro lo que quiere decir, además de necio me parece abusar de la paciencia del lector, enredándole intencionalmente las cosas; no es que yo piense que uno deba simplificarse en exceso para ponerse a nivel de los lectores incapaces, pero si uno sabe cómo decir algo, lo tiene claro, ¿para qué oscurecerlo? Por vanidad. Digo, Dante en aquella famosa carta parece saber muy bien que quería con su Comedia.
- Por último, y como corolario de lo anterior, yo también veo en la lectura una forma de felicidad, como decía Montaigne. Un texto que requiere cuatro formas de interpretación (literal, alegórica, moral, anagógica) demanda un esfuerzo que convierte en ingrata o infausta la tarea de leerlo. Y, pues, a mí Dante no me procura ningún solaz. Quizás a otros sí, o al menos eso declaran.

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