martes, 5 de julio de 2011

El canon occidental, Harold Bloom (Anagrama, 1997)

Harold Bloom ha escrito un libro. Se titula El canon occidental, y como el mismo título lo dice, se ocupa de ese catálogo, más bien sistema de autores y de libros que nos hemos acostumbrado a tomar como lo más digno y excelso de cuanto se haya escrito a lo largo de la historia de la humanidad. Según el autor, el canon tiene cuatro edades: teocrática, aristocrática, democrática y caótica. Virtud o defecto, sobre todo en las primeras tres edades, los que estudia Bloom son los autores que siempre encontraremos en historias, manuales y enciclopedias. Con el correr del tiempo este volumen puede correr el albur de convertirse en un libro de texto para universitarios que siguen carreras de letras.

Hasta los momentos he dicho cosas muy obvias, pero voy a decir algunas más obvias aún. Voy a hablar de los motivos para escribir un libro así. Harold Bloom ha escrito un libro para reivindicar el canon, es decir, quiere demostrar algo: los textos que son la quintaesencia de la literatura, todos aquellos libros y autores que, como decía, hemos tenido por valiosos a lo largo de la corta historia de la literatura (la literatura tiene muchos años pero el estudio de la literatura es una disciplina no tan vieja), no son producto de un azar veleidoso, no han sido únicamente lo que sobrevivió al paso del tiempo por capricho, ni son producto de la imposición de una clase dominante (llámese nobleza o burguesía), sino que hay una razón de base o de peso para que éstos y no otros sean los textos canónigos, una razón que subyace a todos los elegidos, y permite incluirlos a ellos y excluir a los otros, una razón en suma estética, literaria.

Nuestro autor dice que reivindica, pues, la lectura (o la escritura) con fines simplemente estéticos, antes que aquella lectura sociohistórica. Lo hace para contrariar al marxismo, y para abogar por sus defendidos (a quienes a menudo se les acusa de legitimar los modelos burgueses y capitalistas): Dante no sería el resultado de la imposición de un modelo económico; es el artista el que crea (postura afín con los ideales del romanticismo y con la concepción del sujeto de la modernidad). Y aún cuando admite Bloom que las fuerzas sociales existen, así como existen las masas, la gleba, arguye que éstas todavía no han escrito una buena novela.

Ahora bien, la necesidad de apuntalar el canon puede tener varias interpretaciones, lo cual es volver al asunto de los motivos o de las razones que mueven a Bloom en su quijotesca tarea. Por un lado, algunos considerarán que su actitud es propia de un reaccionario; otros verán en su escrito la gesta del paladín, que lucha a brazo partido, oponiéndose a los que arremeten continuamente contra el canon. En esta visión se alinean, seguramente, los que consideran se deben defender las formas clásicas (ya que lo canónigo se piensa está absolutamente ligado a una forma, única en su diversidad).

A los que quieren dinamitar el canon desde sus cimientos, Bloom los llama despectivamente la escuela del resentimiento: subgrupos de activistas que pretenden que un grupo de autores menores sean tomados en serio, esgrimiendo razones nada literarias sino más bien propalando como virtudes el sexo, la raza y otras cosas por el estilo. A los partidarios de la escuela del resentimiento se les acusa de darse a la tarea de levantar y perpetuar una calumnia según la cual los autores canónigos no son mejores que otros, literariamente hablando, sino que están allí por ser de una clase social particular, y que para pertenecer al canon hace falta ser: 1) hombre, 2) blanco, 3) europeo (o anglosajón) y 4) estar muerto.

De una forma un poco nebulosa, Bloom trata de definir al autor canónigo como aquel que logra generar en los escritores posteriores una influencia ineludible. Tengo tantas cosas que objetar a esta definición que no creo que termine nunca esta nota. Por ejemplo, ¿por qué no incluye a Kant o a Freud como autores canónigos, si sus obras han sido bastante influyentes? ¿Por qué sólo autores de literatura de creación en el más estricto sentido del término? Yo me considero influido por Hitchock.

También me pregunto, si un libro es bueno, pero no se crea una corriente, una escuela, una tradición a partir de él, ¿deja de ser bueno? Si un autor escribió un libro notable, pero no influyó a nadie, ¿pierde su notabilidad? Me pregunto si Bloom habrá leído el ensayo sobre Kafka y sus precursores, en el que Borges anotó: “El hecho es que cada escritor crea a sus precursores”, y también crea sus influencias (añado yo, modestia aparte). Hablando del mismo Borges, un autor bastante influyente, fue a su vez influido por otros, como Marcel Schwobb. Los que influyen a los influyentes deberían aparecer, por antonomasia. Pero no es así en el caso de Schwobb. Tengo para mí que nosotros los que escribimos nos esforzamos por no parecernos a ninguno de los autores de primera fila, y si se va a notar alguna influencia, preferimos que sea de algún escritor menor, ésos de segunda fila que son la verdadera sal de la literatura.

Pero prosigamos con la propuesta de Bloom, la influencia que genera un autor se puede medir, se puede determinar, pero con un modelo de su invención claro está. De modo tal que a partir de la aplicación de dicho modelo, se puede decir qué tan canónigo resulta un autor. (No estaría mal la cosa, si fuera cierta o por lo menos factible.) A partir de esta idea, Bloom considera que los tres escritores centrales en la literatura occidental (canónigos entre los canónigos) son Dante, Shakespeare y Cervantes, pero Shakespeare es el centro absoluto e indiscutible. (Claro que si él fuera español otro gallo cantaría: el gallo se llamaría Cervantes.)

Ahora, cuando Bloom tiene que explicar las razones por las cuales sus autores canónigos generan una influencia ineludible, olvida sus votos por la estética y por lo literario in strictu sensu: explica a Kafka desde el judaísmo, a Borges desde el gnosticismo y reivindica a Shakespeare como el inventor de la introspección, o algo así: “ahí localizaría yo la clave de que Shakespeare sea el centro del canon... no sólo supera sus rivales sino que inventa la descripción del cambio interior basándose en la facultad de los personajes de oírse casualmente a sí mismos”, dice. Estoy bastante lejos de creer que ésa sea la mayor virtud literaria (si es de literatura que estamos hablando), tanto del autor de Hamlet como del resto de la tradición occidental.

Por otra parte, me gustaría preguntarle a Bloom por qué no dedica un capítulo a Balzac o a Flaubert (franceses) y prefiere a George Eliot y a Dickens (anglos). Debe ser la misma razón por la cual en el apéndice del libro (el verdadero canon o catálogo), en el aparte dedicado a nuestro siglo (que él llama la “edad caótica”), hay exactamente 161 escritores norteamericanos, en contraste con sólo 19 latinos, nada más 13 españoles y ningún japonés. Definitivamente, Bloom ha acabado con el mito de que para formar parte del canon hace falta ser hombre, europeo (o anglosajón), ser blanco y estar muerto; no, lo que hace falta es ser norteamericano y amigo de Bloom (o compañero de trabajo en su universidad).

Harold Bloom, decía, ha escrito un libro con una idea en mente: defender el canon occidental. No sé si, tomándolos por separado, alguno de los autores canónigos necesite ser defendido para mantener su posición. Quizás el error de Bloom verdaderamente sea defender el canon como sistema, más aun, suponer que hay un sistema y una organicidad en propuestas literarias tan diversas como Jane Austen y James Joyce. Tengo para mí que no existe tal canon (salvo el que uno haga a título personal). Hay autores, mejor aún, hay obras. El intento de Bloom está condenado al fracaso por ello, porque es un absurdo tener que escribir un libro para defender el canon: si fuera verdadero, no necesitaría defensa. Porque en suma lo que hace es defender el pensamiento, la idea o la visión de que hay un canon. Ese pensamiento es lo que se tambalea, se está desmoronando (y no sólo por el ataque de la escuela del resentimiento). A ver cuándo se termina de caer. Seguiremos informando.

Rafael Victorino Muñoz

@rvictorino27

PD: a muchos críticos les gusta buscar las influencias y relaciones entre obras y autores; ésa es la clave de nuestro autor. Yo prefiero tratar de leer cada libro como si los demás no existieran. La mayoría de las veces lo que hago es pensar en lo que no está y podría estar en cada texto; en el caso del que reseño, lamento la omisión de un autor: Charles Bucowsky, que ha generado no poca influencia, si fuéramos a creerle a Bloom que esto es lo importante.

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